DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
La Nueva Creación:
“El Llamamiento de la Nueva Creación”
Parte III
El Señor ahora busca a una clase especial que constituirá la Nueva Creación. Nadie ha sido invitado a este llamado celestial si no sea uno de los que hayan sido traídos al conocimiento de la gracia de Dios en Cristo y que hayan sido capaces de aceptar este arreglo divino por la fe. Ésos tienen tal confianza en el último resultado del plan de Dios, que su fe en este plan ejercerá una influencia, una orientación en el transcurso de su vida terrestre hasta tal punto que estimarán como trascendental la vida por venir y que la vida actual y sus intereses les parecerán, en comparación, como una pérdida y escoria. Ejerciendo su fe en esta época triste en la cual el poder del mal parece poner en tela de juicio la sabiduría, el amor y el poder del Creador, los creyentes son considerados por Dios como si hubieran vivido durante la Edad milenaria y tenido la experiencia de la restauración a la perfección humana. Esta posición, considerada como adquirida, se les concede con el fin de que puedan ofrecer en sacrificio esta perfección humana a la cual alcanzarán pronto bajo arreglos divinos. De esta manera, ellos pueden presentar sus cuerpos (considerados como perfectos) y todos sus privilegios de restauración, sus esperanzas, fines e intereses terrestres, como sacrificio vivo, intercambiándolos por las esperanzas y las promesas celestiales de la naturaleza divina y de la coherencia con Cristo, a las cuales son ligadas, como pruebas de nuestra sinceridad, las condiciones de sufrimiento y de pérdida tocantes a los intereses terrestres y los honores humanos.
En quinto lugar, esta clase justificada ahora por su fe, no debe renegar esta fe por obras voluntariamente contrarias. Es necesario que sus miembros sepan que si Dios, por su gracia, actúe con ellos desde el punto de vista de la fe, no imputándoles sus transgresiones, sino estimándolas totalmente cubiertas por su Redentor en el Calvario, es decir, que no les imputa sus ofensas sino actúa con ellos según su espíritu o su voluntad o intención, y no según la carne o las acciones reales, no obstante, él espera que la carne se someta a la nueva mente tanto como se puede, “tanto como depende de nosotros” y que coopere con todas las buenas obras según sus ocasiones y sus posibilidades. Es en este sentido y en esta medida que nuestras obras entran en cuenta con nuestra justificación, como un testimonio corroborativo, una prueba de la sinceridad de nuestra devoción. No obstante, el Señor no nos juzga según nuestras obras sino según la fe: si fuéramos juzgados según nuestras obras, seríamos todos “privados de la gloria de Dios”, pero si las Nuevas Criaturas son juzgadas según su corazón, sus intenciones, pueden ser aprobadas por el modelo divino bajo las condiciones del Pacto de la Gracia por el cual el mérito del sacrificio de Cristo cubre sus faltas involuntarias. Ciertamente, no podríamos encontrar a repetir el hecho de que el Señor espera a vernos llevar los frutos de la justicia, de la rectitud, que nos hallamos en estado de producir en las condiciones de la imperfección actual. Él no pide más que esto, y no hay que esperar que él acepte y recompense menos que esto.
Para ilustrar esta operación general de la justificación por la gracia, por la sangre y por nuestra fe así como su relación con las obras consideremos el servicio de los tranvías eléctricos. La única central eléctrica representará hasta cierto punto la fuente de nuestra justificación: la gracia de Dios. El cable que transporta la corriente representará insuficientemente a nuestro Señor Jesús, el Agente del Padre en nuestra justificación; los coches representarán los creyentes y los troles la fe que debe ejercerse; estos troles deben quedarse en contacto con el cable. (1) Todo depende de la corriente eléctrica. (2) Viene luego en importancia el cable que nos aporta la corriente. (3) Sin el brazo de la fe que toca y se apoya en el Señor Jesús, el canal de nuestra justificación, nosotros no recibiremos ninguna bendición. (4) La bendición que llega a nosotros a causa del contacto con el Señor Jesús puede corresponder a la iluminación del tranvía por la corriente, que indica que hay una energía que se puede utilizar; pero (5) el conductor del tranvía y su palanca representan la voluntad humana mientras que (6) el motor mismo representa nuestra actividad, nuestra energía bajo el poder que viene a nosotros por medio de la fe. Todas estas combinaciones de fuerzas son necesarias para nuestro progreso que consiste en recorrer el circuito para llegar definitivamente a la “estación” la cual, en esta imagen, corresponde a nuestro lugar como Nueva Creación en la casa de nuestro Padre, la cual contiene numerosas moradas o condiciones para los numerosos hijos de numerosas naturalezas.
LA JUSTIFICACIÓN Y LOS BENEMÉRITOS DE LA ANTIGÜEDAD
Echando una ojeada hacia atrás, podemos ver según el relato del Apóstol que, en un pasado lejano, antes de que la sangre preciosa hubiera sido dada para nuestra justificación, hubo beneméritos de la antigüedad: Enoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, David y diversos otros santos profetas que fueron justificados por la fe. Ya que no pudieron tener fe en la sangre preciosa, ¿qué tipo de fe pudo justificarlos? Respondemos por lo que está escrito — “Ellos creyeron a Dios y les fue contado por justicia [justificación]”. Es verdad que Dios no les reveló como nos ha revelado, la filosofía de su plan, con el fin de que podamos comprender cómo él podía ser todo justo en justificar a aquel que cree en Jesús; es por eso que ellos no eran responsables por no haber creído lo que todavía no había sido revelado. En cambio, ellos creyeron bien lo que Dios había revelado en su época, y esta revelación encerraba, en total, todo lo que ahora tenemos, pero bajo una forma condensada, de la misma manera que una bellota contiene un roble. Enoc profetizó la llegada del Mesías y las bendiciones que resultarían de eso. Abrahán creyó a Dios quien le dijo que su posteridad sería tan favorecida que, por ella, todas las naciones serían bendecidas. Esta promesa implicaba una resurrección de entre los muertos, porque muchas de las naciones de la tierra ya habían descendido en la tumba. Abrahán creyó que Dios era capaz de resucitar a los muertos, hasta tal punto que cuando fue puesto a prueba, hasta consintió a separarse de Isaac en quien, sin embargo, radicaba la promesa, considerando que Dios era capaz de resucitarle de entre los muertos. Hasta cuál punto él y otros discernieron distintamente los métodos exactos por los cuales Dios establecería su Reino en el mundo, traería la justicia eterna justificando a todos los que obedecieran al Mesías, no podemos saberlo de manera determinada; pero según las mismas palabras de nuestro Señor, Abrahán por lo menos, comprendió con una claridad suficiente, el pensamiento de la llegada del día milenario, y, tal vez también, hasta cierta medida, la idea del sacrificio por los pecados que Jesús estaba cumpliendo, cuando dice: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” —Juan 8:56.
Todos no ven distintamente la diferencia que existe entre la justificación de Abrahán y de las otras figuras del pasado, la justificación a la amistad con Dios antes de que Dios hubiera completado el fundamento de esta amistad en el sacrificio de Cristo, y la justificación de vida durante esta Edad Evangélica. Sin embargo, hay una gran diferencia entre estas bendiciones, aunque la fe sea necesaria en ambos casos. Todos estaban bajo la sentencia justa de muerte y, por consiguiente, nadie podía considerarse liberado de esta sentencia, “la justificación de vida” (Rom. 5:18.), hasta que el gran sacrificio por los pecados hubiera sido hecho por nuestro Redentor; así como el Apóstol lo precisa, este sacrificio era necesario primero para que “Dios sea justo” en este asunto (Rom. 3:26). Sin embargo la Justicia, previendo la ejecución del plan de redención, no podía hacer objeción a lo que fuera anunciado simplemente por anticipado (como prueba del favor divino) a los que poseían la fe requerida, justificándolos en esta medida y esta prueba de comunión [o amistad — Trad.] con Dios.
El Apóstol habla de una “justificación de vida”1 (Rom. 5:18) como el arreglo divino por Cristo, que estará abierto eventualmente a todos los hombres; es la justificación que da la vida que los que son llamados a la Nueva Creación son considerados como habiéndola obtenido ahora, antes del mundo y por el ejercicio de la fe; ellos no sólo obtienen una justificación según la comunión con Dios como amigos y no más como extranjeros, enemigos, sino además, es una justificación que, por la misma fe, los pone en condiciones de aprovecharse de los derechos a la vida de la restauración que les asegura el sacrificio del Redentor, con el fin de sacrificar luego estos derechos a la vida terrestre a título de cosacrificadores y de “subsacerdotes” en asociación con el Sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.
(1) EUNSA, Jerusalén, y Torres-Amat: “que da la vida”. RV1995: “que produce la vida”.
Mientras que los beneméritos de la antigüedad pudieron entrar en armonía con Dios por fe en el cumplimiento de un plan que no les fue revelado plenamente y que aún no había recibido un comienzo de ejecución, parecería imposible que la justicia divina hubiera podido ir más lejos para ellos hasta que la propiciación por el pecado hubiera sido efectivamente cumplida mediante el sacrificio de Cristo. Esto concuerda plenamente con la declaración del Apóstol según la cual “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros [la Iglesia del Evangelio, la Nueva Creación], para que no fuesen ellos [los humildes y fieles beneméritos de la antigüedad] perfeccionados aparte de nosotros” (Heb. 11:40.). Esto también está de acuerdo con la declaración que hizo nuestro Señor concerniente a Juan el Bautista: aunque no hubiera un profeta más grande que él, sin embargo, ya que murió antes de que el sacrificio de reconciliación hubiera sido realmente cumplido, el más pequeño en el Reino de la clase celestial, la Nueva Creación, justificado a la vida (después de que el sacrificio por el pecado haya sido ofrecido efectivamente) y llamado a sufrir y reinar con Cristo, será más grande que él. —Mat. 11:11.
Ya hemos notado el hecho de que Cristo y la Iglesia en la gloria efectuarán, a favor del mundo, una obra de justificación (restauración) durante la Edad milenaria. No será una justificación por fe (o considerada como tal) como la nuestra es ahora, sino una justificación efectiva (o real — Trad.) — una justificación por obras, en el sentido que, aunque cierta fe sea agregada a ellas, la prueba final se efectuará a la base de obras, “según sus obras” (Apoc. 20:12). Actualmente, es menester que la Nueva Creación ande por fe y no por vista. Su fe se pone a prueba y se exige que ella “se sostiene como viendo al Invisible”, como creyendo cosas que, si se las considera de las indicaciones exteriores, son improbables, irrazonables para la mente natural. Entonces esta fe, sostenida por nuestras obras imperfectas, tiene también el apoyo de las obras perfectas del Señor a nuestro favor y se encuentra tan aceptable por Dios según el principio que si, a pesar de tales condiciones imperfectas, nos esforzamos, de la mejor manera de nuestra capacidad, para complacer al Señor y para compartir el Espíritu de Cristo hasta el punto de regocijarnos en sufrir por lo que es justo, demuestra que, bajo condiciones favorables, seguramente no seríamos menos fieles a los principios. Cuando el conocimiento del Señor llene toda la tierra y cuando la oscuridad y las brumas que ahora rodean los fieles de Dios hayan desaparecido; cuando el gran Sol de Justicia inunde el mundo con la verdad, con el conocimiento de Dios, su carácter y su plan; cuando los hombres vean las pruebas del favor y del amor de Dios, y la reconciliación por Cristo en el levantamiento gradual de todos los que procuren entonces ponerse de acuerdo con él; cuando la restauración mental, física y moral se haya hecho evidente, entonces, la fe estará de un gran grado diferente de la fe ciega que se necesita ahora. Entonces los hombres no verán más “a través de un vidrio [oscuramente]”. En cambio, el ojo de la fe no se cansará para discernir la prueba evidente de las cosas gloriosas reservadas actualmente para los que aman a Dios, porque estas cosas gloriosas se manifestarán más o menos distintamente a los hombres. Mientras que entonces los hombres crean en Dios y tengan fe en Él, habrá una diferencia enorme creer lo que los sentidos perciben y la fe que la Nueva Creación debe ejercer, tocante a las cosas que no vemos. La fe que Dios busca actualmente en su pueblo es preciosa a su vista, porque caracteriza a una clase especial poco numerosa; es por eso que él proporcionó tal precio, tal recompensa a esta fe. Cuando la Edad milenaria esté plenamente en curso, será imposible poner en tela de juicio las realidades de entonces, y, por consiguiente, sería fuera de lugar seguir ofreciendo una recompensa especial para los que no duden.
Sin embargo, aunque el conocimiento del Señor llenará toda la tierra y aunque no necesitará más decirle a su prójimo: ¡Conoce a Jehová! no obstante, el hombre tendrá que sufrir una prueba diferente de la obediencia (no concerniente a la fe, sino las obras), porque “toda alma que no oiga [no obedezca] a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (Hechos 3:23). Es ahora, durante el tiempo de oscuridad para lo que toca al cumplimiento del plan divino, mientras el pecado abunda y mientras Satanás es el príncipe de este mundo, que nuestro Señor recompensa la fe. Él dice: “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mat. 9:29) y de nuevo “esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). No obstante, en lo que concierne a la prueba o al juicio del mundo en la Edad milenaria, o Día del Juicio, leemos que todos serán juzgados según sus obras apoyadas por la fe. Se les hará según sus obras y se encontrarán aprobados o desaprobados al fin de la Edad milenaria. —Apoc. 20:12.
Como ya hemos visto, la justificación es la vuelta del pecador al acuerdo completo con su Creador. En ninguna parte, leemos que sea necesario, para el pecador, de ser justificado delante de Cristo, sino más bien que, por el mérito de Cristo, debe ser justificado delante del Padre; examinando por qué es así, puede ayudarnos a comprender el tema en su conjunto: es porque el Creador es el representante de su propia ley, y porque al principio colocó al padre Adán y a su raza bajo esta ley precisando que su favor, su bendición y la vida eterna dependerían de su obediencia, pero que en cambio su desobediencia ocasionaría la supresión de todos estos favores. Esta posición no puede ser anulada. Es por eso que, antes de que la humanidad pueda estar en comunión con Dios y sacar provecho de las bendiciones de la vida eterna, debe de alguna manera volver a un acuerdo completo con su Creador, y, por consiguiente, regresar a esta perfección que sostendrá la plena luz de la inspección divina y la prueba completa de la obediencia. Así que el mundo se encuentra, para decirlo así, fuera de ataque del Todopoderoso que hizo tales leyes para que los humanos estuvieran fuera de ataque de la Justicia; hizo necesarios su plan actual de redención y una restauración, una justificación o una vuelta a la perfección de aquellos de buena voluntad y de los obedientes gracias al Redentor que, en el ínterin, se actuará como su Mediador o intermediario.
El Mediador2 aunque perfecto, no tuvo ley para mantener. Él no pronunció contra Adán y su raza ninguna sentencia que le impidiera tenerlos en cuenta y ser misericordioso con respecto a sus imperfecciones. Por el contrario, él compró al mundo en su estado de pecado y de imperfección, dándose cuenta de su condición caída. Él toma la humanidad tal como es y, en el transcurso de la Edad milenaria, él mismo tratará a cada ser humano según su propia condición particular, ejerciendo la misericordia con respecto a los débiles, reclamando más de los fuertes, poniéndose al alcance de todos y adaptando las reglas de su Reino a todo caso de peculiaridad, a las taras, a las debilidades, etc., que encuentre, porque “el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5:22). El Hijo pondrá a luz delante de la humanidad el nivel perfecto de la ley divina a la cual ella debería alcanzar definitivamente antes de que pueda ser justa y aceptable para Dios, al final de la Edad milenaria; pero no será intransigente con respecto a este nivel y no tendrá por trasgresor el que no lo alcance absolutamente porque necesitará apropiarse la gracia necesaria para cubrir cada transgresión aun involuntaria y no premeditada. Al contrario, toda esta propiciación [o reconciliación: “atonement” — Trad.] por toda violación de la ley perfecta e inmutable de Dios se acabará antes de que tome las riendas del gobierno, en cualquier grado que sea.
(2) En perspectiva—Edit.
Cristo ya pagó3 el precio por su propio sacrificio. Él ya aplicó4 una parte de este mérito a la familia de la fe. Hacia el fin de esta Edad Evangélica él aplicará el resto del mérito de la ofrenda por el pecado5 a favor de “todo el pueblo” — todo el género humano. Dios demostró por el tipo del Día de la Expiación que este mérito será aceptado, y que el resultado de esta aceptación será la toma por Cristo y su Iglesia de la gobernación del mundo bajo una ley que se pueda llamar una ley marcial, un poder despótico que pone a un lado las leyes y las reglas ordinarias a causa de las necesidades de la situación y aplica la ley de una manera que conviene, no a los que se encuentran en una condición perfecta y recta (así como lo hacen las leyes del imperio del Señor), sino en la condición de rebelión y de anarquía creada en el mundo por el pecado. Esta dominación de urgencia (en la cual el Rey gobernará no sólo como un rey, sino también como juez y sumo sacerdote) tiene como objetivo, como acabamos de ver, de justificar al mundo de manera real y no considerada como tal [o tentativamente — Trad.] por obras como prueba modelo o final — apoyadas por la fe. Esta justificación efectiva [o real — Trad.] se realizará no a principios del reino milenario, sino como el resultado de este reino, a su fin.
(3) “Cristo ya dio”—Edit.
(4) “Generosamente imputó”—Edit.
(5) “hará una aplicación positiva de la ofrenda por el pecado entero”—Edit.
La justificación por la fe al presente tiene como objetivo permitir un pequeño número que Dios planeó de llamar a su servicio especial, a participar en el Pacto abrahámico a título de Descendencia [o Simiente — Trad.] de la promesa como cosacrificadores y como coherederos de Jesús. Aun con éstos, Dios no puede hacer ningún contrato directo sino, por decirlo así, hasta después de haber sido justificados por la fe y por el mérito de su Redentor, son todavía considerados como incompetentes e informados que son aceptados sólo en el Amado — en Cristo; todos sus contratos de pacto por sacrificio, si no fueran aprobados por él, no serían de ningún valor.
Entonces, es muy evidente que el único propósito de esta Edad Evangélica es de llamar de entre los humanos un rebaño pequeño para formar los miembros de la Nueva Creación. También es evidente que el arreglo tomado para justificar a los creyentes, para la vida y por la fe, tiene como objetivo darles delante de Dios una posición que les permite contraer las obligaciones de pacto exigidas de los candidatos de la Nueva Creación. Como ya hemos notado, la condición exigida para que sean aceptados en la Nueva Creación es la del sacrificio de sí mismos; entonces, ya que Dios no quiere recibir en sacrificio lo que es imperfecto, nosotros como miembros de la raza imperfecta y condenada, no podríamos ser aceptables si primero no fuéramos considerados como justificados de todo pecado, con el fin de que podamos como lo expresa el Apóstol “presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional”. —Rom. 12:1.
LOS JUSTIFICADOS TENTATIVAMENTE6
Dado esto, ¿que diremos de los que lleguen a la posición de fe en Dios y a la justificación7 que resulta y que, viendo que una nueva avanza en el camino del Señor, significa el sacrificio de sí mismo, la abnegación, etc., se detienen, sin embargo, negándose a entrar por la puerta estrecha y el camino angosto de una plena y entera consagración — hasta la muerte? ¿Diremos que Dios está enojado con ellos? — No. Debemos suponer que, hasta cierto punto, progresando en las sendas de la justicia, ellos agradaban a Dios. El Apóstol declara claramente que ellos reciben una bendición, diciendo: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Esta paz implica cierto discernimiento del plan divino respecto a la futura borradura de los pecados del creyente (Hechos 3:19); ella también implica una adhesión bastante fuerte a los principios de la justicia, porque la fe8 que justifica siempre es reformadora. Nos regocijamos con todos los que la alcanzaron; estamos felices que ellos tengan esta ventaja sobre las masas humanas quienes el dios de este mundo cegó completamente y que, por consiguiente, ahora no pueden discernir y apreciar la gracia de Dios en Cristo. Les instamos quedar en el favor de Dios alcanzando la obediencia completa.
(6) Subtítulo del Editor.
(7) “y a cierta medida de justificación y que …”—Edit.
(8) “porque la fe en Cristo …”—Edit.
“NO RECIBÁIS EN VANO LA GRACIA DE DIOS”
Sin embargo, cualquiera que sea la alegría que podamos probar a propósito de estos creyentes, cualesquiera que sean la paz y la alegría que puedan sentir del hecho de que se esfuerzan por andar por el camino de la justicia, pero evitando el camino angosto del sacrificio, debemos señalar, en toda sinceridad, que “reciben la gracia de Dios en vano” (2 Cor. 6:1), porque la gracia de Dios en la justificación recibida, estuvo destinada a ser el medio de tener acceso a los privilegios y a las bendiciones aún más grandes del supremo llamamiento de la Nueva Creación. Ellos reciben la gracia de Dios en vano, porque no sacan provecho de esta ocasión única que nunca fue ofrecida antes a nadie y que, en la medida en que las Escrituras lo indican, no será ofrecida de nuevo nunca más. Ellos reciben la gracia de Dios en vano porque las ocasiones favorables de restauración que se les ofrecerá en la próxima Edad serán a todos los demás miembros de la raza rescatada. La gracia de Dios, en esta Edad, consiste simplemente en el hecho de que ellos tuvieron conocimiento de la bondad divina por anticipado del mundo, con el fin de que, por la justificación, puedan alcanzar el conocimiento del llamado y la participación en el premio glorioso que debe otorgarse al cuerpo elegido de Cristo, al sacerdocio real.
Si consideramos el “mundo cristiano” nominal, parece evidente que la misma gran masa de creyentes sinceros nunca haya sobrepasado este grado preliminar de la justificación: estos creyentes han “gustado la benignidad del Señor”, y esto fue suficiente para ellos. Deberían haber, en lugar de esto, por este sabor anticipado, tenido un hambre más grande y una sed más grande de rectitud y de la verdad, de un conocimiento más grande del carácter y del plan divinos, de un crecimiento más grande en gracia, en conocimiento y en amor, y querido alcanzar una mejor comprensión de la voluntad de Dios que les concierne, y que vamos a considerar bajo el subtítulo de la Santificación.
Hasta donde podemos discernirlo, la ventaja de estos creyentes justificados [tentativamente—Ed.] tiene que ver simplemente con esta vida presente y con el alivio que ahora experimentan en cuanto al carácter misericordioso de Dios y en cuanto a sus futuros tratos con ellos. Pero, su conocimiento sobre este punto es tan insuficiente que cantan a veces:
“A menudo, ansioso, pienso:
¿Soy suyo o no lo soy?”
De hecho, aunque Cristo haya sido su sabiduría hasta el punto de mostrarles que necesitaban a un Salvador, y hasta de revelarles algo de la salvación que lleva, sin embargo, no está en el plan divino que él deba continuar siendo su sabiduría y guiándoles en “las cosas profundas de Dios” excepto si, por la consagración y la devoción, se hacen discípulos andando en sus pisadas. El creyente justificado9 no es en ningún sentido una Nueva Criatura aun si, comprendiendo algo de los caminos y las exigencias divinas, procura vivir una vida moral y honrada en el mundo. Todavía es de la tierra, terrestre. Él nunca dio el paso hacia adelante para intercambiar sus derechos humanos y terrestres (asegurados en Jesús) por las cosas celestes sobre las cuales, por su justificación10 el Señor le abrió la puerta. Así como en el tipo, los Levitas no fueron permitidos a entrar en los santos lugares del Tabernáculo, ni aun ver las cosas que se encontraban allí, así, en el antitipo, no se les permite a los creyentes justificados de comprender las cosas profundas de Dios ni de discernir y de apreciar su grandeza si, en primer lugar, ellos no se hacen miembros del Sacerdocio real por una plena consagración.
(9) “el creyente no consagrado”—Ed.
(10) “por su sacrificio”—Edit.
Esperar recibir de la mano del Señor, durante la Edad milenaria, una preferencia y un favor especial, porque en la vida presente se recibió en vano su favor, se volvería a esperar una bendición especial porque anteriormente haya empleado mal o poco apreciado otra bendición. ¿No sería en armonía con los tratos divinos en el pasado, si encontráramos que algunos de los que no habrían sido favorecidos durante esta Edad Evangélica, reciban los principales favores en la próxima Edad? ¿No estaría esto mucho más en armonía con las palabras de nuestro Maestro: “Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros”? En realidad, el Apóstol muestra distintamente que cuando la Nueva Creación haya sido compuesta y la Edad milenaria introducida, el favor especial de Dios regresará a Israel natural, de la cual fue quitado a principios de la Edad Evangélica. —Rom. 11:25-32.
Los que, antes de esta Edad, fueron justificados a comulgar con Dios, que mantuvieron su justificación y que, en recompensa, serán establecidos como “príncipes sobre toda la tierra” sometidos al Reino de los cielos, la mantuvieron sólo al precio de renuncias terrestres (Heb. 11:35). Los de la Edad actual que quieren emplear rectamente y mantener su justificación, deben hacerla al precio de la carne. Los miembros del rebaño pequeño, fieles a un grado excepcional, darán su vida en el servicio de la verdad y de los hermanos, y serán así unas copias del Jefe de nuestra Salvación. Hace falta que los miembros de la segunda clase, considerada en otra parte como la “Gran Multitud”,11 alcanzan su recompensa al precio de la carne también, aunque, habiendo demostrado menos celo en este sacrificio, ellos pierden la gran recompensa de la Nueva Creación y sus privilegios del Reino. Estas tres clases parecen ser las únicas que se aprovechan, más allá de la vida presente, de las ocasiones favorables especiales ofrecidas durante esta Edad de la justificación por la fe.
(11) o “Gran Muchedumbre”—Darby—Trad.
Es evidente que las actividades del Reino, a la luz de un pleno conocimiento y desde el punto de vista de las obras atraerán muy fuertemente y por diversas razones, a Israel según la carne primero. Cuando su ceguera se haya acabado, se hará extremadamente celoso por el Ungido de Jehová y dirá como en la profecía: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará” (Isaías 25:9). Sin embargo, mientras que Israel será naturalmente el primero que se reúne bajo el nuevo orden de cosas, las bendiciones y las ocasiones favorables del Reino, gracias a Dios, se extenderán rápido a través del mundo, con el fin de que todas las naciones puedan hacerse hijos de Abrahán en el sentido de que tendrán parte en las bendiciones que le fueron prometidas, según lo que está escrito: “He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes; todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente.”
CRISTO NOS HA SIDO HECHO SANTIFICACIÓN
Lo mismo que la sabiduría o el conocimiento de Dios nos vino como el resultado del sacrificio de nuestro Señor Jesús a nuestro favor, y lo mismo que la justificación nos vino entonces gracias a su mérito, cuando aceptamos su reconciliación12 y abandonamos el pecado para volvernos hacia la justicia, así nuestra satisfacción es por él. Ningún otro hombre puede santificarse en el sentido de rendirse digno de ser aceptado y ser adoptado en la familia de Dios, la Nueva Creación, engendrado de su Espíritu (Juan 1:13; Heb. 5:4). Lo mismo que el mérito de Cristo fue necesario para nuestra justificación, así nuestra aceptación por él como miembros de su cuerpo, el subsacerdocio real, y su ayuda continua, son indispensables para hacer firme nuestro llamamiento y nuestra elección. El Apóstol condena a los que “no se mantienen unidos a la Cabeza” (Col. 2:19 — Darby) y comprendemos que es esencial que cada miembro de la Iglesia reconozca a Cristo Jesús no sólo como el Redentor del pecado, sino que también como el Jefe (Cabeza), representante, guía, instructor y protector del cuerpo (la Iglesia). Nuestro Señor nos muestra esta necesidad, para nosotros, de quedar bajo su guardia, diciendo repetidas veces: “Permaneced en mí… Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Juan 15:4, La Biblia de las Américas). “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7.). El Apóstol subraya la misma necesidad de quedar en Cristo, diciendo: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Heb. 10:31.). Para precisar su pensamiento, él sigue citando la profecía: “Porque nuestro Dios es fuego consumidor”. El amor de Dios, lo mismo que su justicia, se incendia contra todo pecado. Entonces, “toda injusticia13 es pecado”. “Él no puede ver [admitir] el pecado”. No actúa en el sentido de proteger a los pecadores sino en el sentido de ayudarles a salir de la enfermedad y de su castigo de destrucción.
(12) “… reconciliación y consagramos nuestro todo a Dios; así nuestra satisfacción es por él”—Edit.
(13) o “iniquidad” (Biblia de Jerusalén)
Esto nos asegura, de acuerdo con diversas declaraciones de las Escrituras, que el momento viene en que el pecado y los pecadores con todo lo que acompaña el pecado, el dolor, la aflicción y la muerte, habrán desaparecido. ¡Gracias a Dios! también podemos regocijarnos de este rasgo distintivo del carácter divino, que Dios sea un fuego consumidor, cuando sabemos que proporcionó un refugio en Cristo Jesús para el período de nuestras imperfecciones involuntarias, y que en él suministró también nuestra liberación definitiva del pecado, de la muerte y de toda debilidad, para revelar a nosotros su semejanza perfecta: la perfección de la naturaleza divina y su plenitud para la Nueva Creación, y la perfección en un plano correspondiendo un poco a aquello de los ángeles para la “Gran Multitud”, con el fin de que sus miembros sean ministros, compañeros de la Iglesia glorificada — “Vírgenes irán en pos de ella, compañeras suyas” (Sal. 45:14). Luego vendrán los beneméritos de la antigüedad, perfectos en la naturaleza humana, imágenes de Dios en la carne, los representantes gloriosos del Reino celestial, intermediarios (o canales — Trad.) por los cuales la bendición divina visitará a todas las familias de la tierra. Finalmente, cuando las pruebas, las ocasiones favorables y los juicios de la Edad milenaria hayan traído a todos los hombres de buena voluntad y obedientes a la perfección y ellos hayan manifestado su fidelidad a Dios, estos hombres habrán alcanzado la perfección humana, la imagen de Dios en la carne. Entre ellos, la voluntad divina será tan perfectamente comprendida y ejecutada — y esto de todo corazón — que el Señor dejará de ser para ellos un fuego consumidor, porque habrán sido purificados de su escoria bajo la disciplina del gran Mediador a la cual todos fueron sometidos por el amor y la sabiduría del Padre. Entonces, Cristo “verá [fruto] del trabajo de su alma, [y] estará satisfecho” de los resultados.