EVENTOS SOBRESALIENTES DEL ALBA

El más grande de todos los regalos

“¡Gracias a Dios por su don inefable!”
– 2 Corintios 9:15.

LA EPOCA NAVIDEÑA ES un momento especial cuando el espíritu de compartir se muestra más que en cualquier otra época del año. No creemos que nuestro Señor Jesús nació el 25 de diciembre, sino en octubre; sin embargo, aprovechamos esta oportunidad para recordar su ministerio en la tierra y su muerte de sacrificio a favor de la familia humana. Es el más grande de todos los regalos de nuestro amoroso Padre Celestial, el don de su Unigénito Hijo, nuestro amado Señor y Salvador. Como miembros de la familia humana caída, este regalo es algo que va más allá de nuestra capacidad de comprender plenamente lo que el apóstol Pablo declara como “inefable”.

El apóstol Pedro ha usado la misma palabra “inefable” en su primera epístola, en relación con la promesa de compartir con Jesús la gloria de su reino venidero. “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” – 1 Pedro 1:7,8.

LA IGLESIA PRIMITIVA

En el noveno capítulo de 2 de Corintios, Pablo le recuerda a la iglesia en Corinto, a ser dadivosos con sus hermanos que tienen necesidad de ayuda, sobre toda la zona azotada por la hambruna, en Judea. Esta es una de las pocas ocasiones en la historia de la Iglesia primitiva, donde el apóstol, u otros, han llamado la atención a las necesidades físicas de sus hermanos que sufren. Después de Pentecostés, hubo un momento en que los discípulos decidieron poner todo lo que tenían en un fondo común que se usaría cuando sea necesitado por los hermanos, pero esta disposición no se mantuvo mucho tiempo.

Cuando las condiciones de hambre surgieron en Judea, Pablo no dudó en buscar los fondos necesarios de los hermanos en otras partes para ayudar a suplir algunas de sus necesidades en las zonas afectadas. Se felicitó a la iglesia de Corinto por su generosidad. Él escribió: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” – 2 Corintios 9:7,8.

EL ESPIRITU DE GENEROSIDAD

En la Iglesia primitiva, la entrega de donaciones fue una manifestación del verdadero espíritu de Cristo en los corazones de los que se habían consagrado a seguir sus pasos. Cuando los hermanos comprendieron plenamente este compromiso, se dieron cuenta de que la consagración al Señor significaba darle todo a él, incluso la vida misma. Sabían también que el Señor les había hecho mayordomos de lo que ahora les pertenecía, incluyendo su tiempo y fuerza, todo tenía que ser usado en su servicio.

La importancia en esta característica de la generosidad se observa en la conversación de Jesús con el joven rico. El relato de las Escrituras dice: “Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” – Lucas 18:18. La respuesta de Jesús, le recordó las leyes de justicia. “Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre. El dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud” – Lucas 18:20,21.

Sin embargo, “Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” – Lucas 18:22. Jesús estaba hablando de la vida de sacrificio necesario para obtener una herencia en su Reino Espiritual. “Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” – Lucas 18:23,24.

El verdadero espíritu de caridad se puede demostrar en nuestra vida cristiana, desinteresado y libre en el uso de todos los recursos que están bajo nuestro control como mayordomos del Señor. En el acto de dar, tanto el dador y el receptor se sienten felices como subraya el Apóstol Pablo, quien dijo: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” – Hechos 20:35.

PERTENECIENDO SOLO AL HIJO DE DIOS

La alegría del donante y el receptor es mayor cuando el regalo es examinado y apreciado. Por lo tanto, nuestro gozo puede ser mayor al recordar algunas de las características maravillosas del ‘don inefable’ de Dios para nosotros. El apóstol Juan identifica a Jesús en su existencia prehumana como la “Palabra” [Logos en griego] de Dios. La traducción literal es: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba cerca de Dios…Este estaba en el principio cerca de Dios”“ – Juan 1:1,2 (El Nuevo Testamento Traducción de Pablo Besson. Editorial Mundo Hispano). La relación de amor entre el Padre Celestial y su Hijo -la Palabraes más apreciado cuando se da cuenta que el Hijo compartía la voluntad del Padre en las maravillas de la Creación. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” – Juan 1:3-5.

El Padre Celestial nos habla a través del salmista sobre su Hijo: “Yo también le pondré por primogénito, El más excelso de los reyes de la tierra. Para siempre le conservaré mi misericordia, Y mi pacto será firme con él. Pondré su descendencia para siempre, Y su trono como los días de los cielos” – Salmo 89:27-29.

UNA RELACION DE AMOR

Aquel a quien nuestro Padre Celestial eligió para ser su don inefable en la redención del mundo era la más alta de todas sus criaturas. Fue el comienzo mismo de su creación y tuvo el privilegio de participar en todas las obras creadoras restantes del Padre. El Hijo fue constantemente un deleite para su Padre, al hacer esas cosas que eran de su agrado. ¡Qué bendición tener a su Padre Celestial, hablar con él de una manera tan íntima y amorosa! La relación de amor entre el Padre y el Hijo era profunda más allá de la capacidad de comprensión por la mente humana.

Fue este Hijo amado a quien el Padre Celestial le dio el encargo para la salvación de la muerte maldita por el pecado de toda la creación. El Apóstol Juan al escribir sobre este maravilloso regalo, hizo hincapié acerca de como se manifiesta el gran amor de Dios por la humanidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” – Juan 3:16,17.

Tal vez hubo algunos seres obedientes entre las huestes del cielo que quisieron servir a su Padre Celestial, pero escogió darle al que estaba más cercano y más querido en su corazón. Un regalo revela el amor del dador y lo que puede representar. Al ofrecer a su unigénito Hijo para que muriera como el Redentor del mundo, estaba dando el mayor tesoro de su corazón.

LA OFRENDA DE LA VIUDA

El espíritu de generosidad fue visto por Jesús cuando fue testigo al observar una viuda dando una ofrenda muy pequeña en el Templo. Él puso una atención especial al respecto como leemos en el evangelio de Marcos: “Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” – Marcos 12:41-44.

Para los ricos, el cuadrante tenía muy poco valor, pero era todo lo que la viuda tenía, su ofrenda al Señor representaba un profundo espíritu de amorosa devoción y sacrificio. En comparación, esto fue mucho más allá de lo que fue dado por aquellos que de su abundancia eran capaces de dar grandes sumas.

No hay nada que podamos dar para hacer rico a nuestro Padre Celestial, tampoco podemos retener algo para hacerlo pobre. El universo entero es su creación, su propiedad y está controlado por él. La pregunta es la siguiente, ¿cómo podría algún regalo que él ofreciera al mundo, ser comparado con lo ofrecido por la viuda al dar un cuadrante?

Como el cuadrante representaba todo lo que la viuda podía dar, de una manera mucho más grande Dios entregó a su Hijo amado [Logos en griego] por el mundo. Fue la primera y única creación directa del Padre, su disposición a ofrecerlo como el Salvador del mundo significaba la entrega del mayor tesoro de su corazón.

Mientras que el Logos en su existencia prehumana no estaba en el plano divino de vida como lo era su Padre y no podía compartir el mismo nivel de compañerismo, estaba en lo más alto sobre todos los demás entre el espíritu de la creación. Por lo tanto, ofrecerlo como un Redentor para morir por la humanidad, significó la entrega de lo mucho que le costó y en este sentido, todo lo que tenía.

EL VERBO HECHO CARNE

El apóstol Juan escribió: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” – Juan 1:14. En realidad, toda la vida es un milagro y la más maravillosa bendición proveniente de Dios, que poco se puede entender, es la manera en que la vida de nuestro Señor como el Verbo fue transferido a María y nació como un bebé en Belén.

El apóstol Pablo en su carta a la iglesia de Filipos, habla de esta transferencia de vida y su propósito para el hombre. En referencia a Jesús, escribió: “Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” – Filipenses 2:7,8.

El haber sido hecho carne fue sólo el primer paso en el propósito final del Padre Celestial acerca de su Hijo amado. Jesús, ahora hecho carne, iba a dar su vida como un hombre perfecto en la muerte para la vida del mundo. Esto revela el gran amor que tenía a sus criaturas humanas caídas y sujetas a la muerte. Aún desde que era un niño, Jesús comprendió la razón por la que había nacido en el mundo y propósito. Esto es mencionado cuando se encontraba en el Templo a la edad de doce años. “Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” – Lucas 2:49.

LA VOZ DE APROBACION

A los treinta años de edad, Jesús se presentó a Juan en el Jordán para ser bautizado. En ese momento, su Padre Celestial se comunicó directamente, teniendo la seguridad de su verdadera relación hacia él. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” – Mateo 3:16,17.

Siempre había existido una dulce comunión entre el Padre y el Hijo, como hemos aprendido de las propias palabras del Maestro dichas más adelante. “Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” – Juan 11:42.

UN HOMBRE DE DOLORES

Siglos antes del nacimiento milagroso de Jesús como un sustituto perfecto de Adán, el profeta Isaías escribió sobre el rechazo que podría sufrir a manos de hombres pecadores:

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”

“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” – Isaías 53:1-12.

LECCIONES DESDE EL PASADO

Jesús ya no vivía en un plano elevado de vida espiritual como el Logos quien compartía las maravillas de la creación, su capacidad para comprender el pensamiento del Padre fue luego limitada por su mente humana. Fue ofrecido en sacrificio y la manera en que esto debe haber afectado el Padre Celestial está representada por la experiencia de Abraham cuando se le ordenó ofrecer a su amado hijo Isaac como sacrificio a Dios.

Fue un viaje de tres días de Abraham e Isaac, ya que viajaron juntos para llegar a la tierra de Moriah, donde Isaac iba a ser ofrecido en sacrificio. El relato de las Escrituras, dice: “Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” – Génesis 22:2. Muchos siglos más tarde, el cumplimiento de esta escena antitípica se realizó cuando el Padre Celestial y su Hijo Jesús viajaron juntos hacia la cruz del Calvario, donde Jesús se sometió voluntariamente como un sacrificio en ofrenda por los pecados del mundo.

Jesús, sin duda no había tenido una idea general de que iba a morir, no entendía todos los elementos que estuvieron involucrados hasta que llegó a Getsemaní. Sin embargo, su Padre Celestial sabía de la desinteresada entrega del don inefable de su corazón, lleno de amor, pero debe haber sido una carga difícil a través de las muchas dificultades que su hijo estaba pasando. Los datos revelan grandes sufrimientos que él sabía iban a aumentar incluso hasta el punto que su Hijo amado le clamara. El relato dice: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” – Mateo 26:39.

En el cuadro típico, Isaac no mostró oposición a su padre y estaba dispuesto a ser colocado en el altar para ser sacrificado, lo mismo ocurrió con Jesús cuando fue llevado a la cruz para ser crucificado. Mientras caminaba junto a su Padre Celestial, durante los tres años y medio de su ministerio terrenal, su principal preocupación era ser fiel en el cumplimiento de su voluntad. Él era consciente del hecho que su Padre siempre estaba cerca de él (Juan 11:42). Esta compañía del Padre y el Hijo se muestra a lo largo de su tiempo en la tierra.

Dios, sin embargo, entendió completamente el doloroso e ignominioso final de Jesús como líder en su camino hacia el Calvario. Sabía que al final de su ministerio, su Hijo amado enfrentaría la prueba al máximo. “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? – Mateo 27:46.

DISPOSICION AL SACRIFICIO

En su carta a los hermanos hebreos, el apóstol Pablo se refiere a una profecía que habla de Jesús y su disposición a hacer la voluntad del Padre. “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último” – Hebreos 10:7-9.

Jesús siempre buscaba hacer la voluntad del Padre y humildemente se sometió a él como se refleja en sus propias palabras. “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” – Juan 8:29. Sin embargo, la obediencia debe merecer recompensa y bendición, no la ignominia y el sufrimiento. Incluso el Padre tuvo que soportar el ver a su Hijo sufrir, sabiendo que sobre él se cargaría el pecado de toda la familia humana y la eliminación de la pena de muerte para ser manifestada en su Reino futuro.

Durante sus cuarenta días en el desierto, nuestro Señor sin duda se enteró de que iba a morir por los pecados del mundo. Más tarde, les explicó a sus discípulos que él sabía que iba a dar su carne para la vida del mundo (Juan 6:51). La comprensión de Jesús sobre el propósito divino y de su participación en ese plan fue progresiva. Él les manifestó a sus discípulos hacia el final de su ministerio terrenal que aún no era tiempo para que entendieran los tiempos de los planes de Dios (Hechos 1:7). Jesús no comprendió plenamente la medida en que iba a sufrir en relación con su muerte hasta muy cerca del final. Así, cada experiencia que vino a él fue una nueva prueba de su obediencia a la voluntad divina.

APRENDIENDO LA OBEDIENCIA

Getsemaní fue una de sus pruebas más severas, porque sabía que estaba a punto de morir. Conocía que esto había sido escrito de él en ‘las escrituras’ y que él así como Isaac, por si mismo iría al altar para ser sacrificado. Sin embargo, no había previsto que iba a ser acusado de blasfemia contra Dios, a quien amaba mucho. Él no pidió ser entregado a la muerte como el Redentor del hombre, pero cumplió fielmente todos los detalles de su pacto de sacrificio. No sabemos todos los detalles involucrados en la variedad de pruebas durante las últimas horas de su vida, fue objeto de burla y escarnio aún mayor que el verdadero valor de ese don inefable. Desde el registro en las Escrituras, leemos: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” – Hebreos 5:7,8.

FIEL HASTA LA MUERTE

Después de haber sufrido el terrible sufrimiento de ser clavado en la cruz, a continuación Jesús fue atormentado por sus espectadores. “Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios” – Lucas 23:35. Poco hicieron las personas que fueron testigos de esta escena que da cuenta de la negativa de Jesús a salvarse a sí mismo, él estaba en conexión con su Padre Celestial para proveer salvación para ellos y para todas las familias de la tierra.

Las últimas palabras del Redentor fueron de total confianza en el Padre, y entrega total a su voluntad. “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” – Lucas 23:46,47.

SER FIELES

El principio del amor divino representado tanto en el regalo y la manera en que fue dado, se muestra en la Palabra de Dios como la única potencia adecuada de motivación en nuestras vidas, de como nos esforzamos por ser conforme al modelo de nuestro amoroso Padre Celestial y su Hijo. Nuestra apreciación del don inefable de Dios es mucho mayor por el entendimiento de que la sangre expiatoria de nuestro amado Señor y Salvador se ha puesto a disposición de sus fieles seguidores durante ésta presente Edad del Evangelio y para la humanidad entera bajo la administración del futuro reino de Cristo.

Durante esta temporada navideña, podemos reflexionar sobre el más grande regalo de nuestro amoroso Padre Celestial a la familia humana, el don de su Hijo amado. Esto pueda enriquecer nuestros corazones a una mayor apreciación al final de otro año y que esperamos su Reino venidero de bendición para todas las familias de la tierra.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba