DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Un Corazón Puro

“Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”
– 1 Timoteo 1:5.

EN SU PRIMERA CARTA A TIMOTEO, el apóstol Pablo señaló que el mandamiento de Dios es el amor “de un corazón puro”. Esto incluye tener “una buena conciencia” y una “fe sincera”. La palabra traducida aquí como mandamiento significa ‘carga’ y es una buena traducción. Cuando un hombre es nombrado para una posición importante, sus superiores le dan un cargo, una solemne exhortación para conducir, desarrollar fielmente sus funciones y asumir sus responsabilidades.

Todos los hijos de Dios en sus diversos planos disfrutarán de la vida eterna y deben ser como él. Convertirse en expresiones de amor viviente. La luz es la esencia de Dios, “que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6: 16) y el amor es su carácter.

DADOS PARA UN PROPOSITO

Muchas opiniones se han considerado al tratar como se nos ha dado la Verdad, y por qué nos complace tener esta iluminación. ¿Por qué tenemos el beneficio y placer del conocimiento del Plan de Dios? ¿Es para tener ventaja sobre los demás en este conocimiento? ¿Nos ha favorecido Dios con la Verdad para que podamos disfrutar de descanso y paz en medio de un mundo agitado, de dudas e incertidumbre? ¿Estamos protegidos de las desilusiones de estos malos días o podríamos ser testigos del Señor y difundir el Mensaje? Si bien todas estas son algunas de las ventajas que nos presenta la Verdad, Pablo pone de manifiesto en nuestro texto destacado que Dios tiene un efecto mucho más importante que todo esto. El fin del mandamiento es el amor que procede de un corazón puro, una buena conciencia y una fe sincera.

El pueblo del Señor ha sido llamado a ‘salir del mundo’, justificados y ungidos como sus representantes y embajadores, preparados para ocupar un lugar en el futuro Reino de Cristo. Para cada uno de los llamados el Señor les da un cargo o el mensaje contenido en su palabra de Verdad que contiene un cuerpo de doctrina y exhortación que nos permita demostrar fielmente nuestra vocación, “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra “ – 2 Timoteo 3:17.

La medida de la capacidad del hombre para comprender a su Creador depende de su posición en la actitud mental y moral, como el salmista dice: “Limpio te mostrarás para con el limpio, Y severo serás para con el perverso” (Salmo 18:26). Nuestro conocimiento del Padre Celestial depende de la medida de nuestro deseo de ser como él.

FE SINCERA

Fe sincera significa tener una verdadera creencia y confianza en las cosas que Dios ha revelado en su Palabra. Esto sugiere un deseo de tener lo mejor de nuestra capacidad de modo que tanto nuestras palabras y obras deben ser de acuerdo con su voluntad. Algunos pueden aceptar una parte de la Verdad y sin embargo, seguir apoyando a determinadas tergiversaciones del carácter y Plan Divino.

Esto está lejos de ser una fe sincera, una fe que procura con mucho esfuerzo tener nuestra vida en armonía con lo que creemos. Si creemos que hemos recibido el Espíritu de filiación y hemos llegado a ser hijos de Dios, debemos caminar como el apóstol explica, “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5:1), en lugar de tomar el nombre del Señor en vano. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” – Colosenses 3:17.

Si creemos que Jesús se entregó a sí mismo “en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6), debemos estar dispuestos a explicar cómo y cuándo esta bendición se hará realidad a toda la humanidad. Si creemos que estamos viviendo al final de la Edad del Evangelio, hay que vivir de acuerdo a ello. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” – 2 Pedro 3:11.

Un hombre joven que es heredero de un patrimonio espera con interés su mayoría de edad y el momento en que asumirá sus responsabilidades. El pueblo de Dios debe meditar sobre las cosas que se les prometieron “para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” – 1 Pedro 1:4.

Si creemos que Jesús nos ha dado un ejemplo y que debemos seguir sus pasos, procuremos de manera sincera caminar e imitarlo. Esto es sincero y una fe sincera. Esta condición no se alcanza al principio de nuestro ingreso en el camino estrecho, pero es uno de los logros que nuestro Padre Celestial desea en su trato con nosotros. Será manifiesto en las experiencias que él permite para nosotros y las lecciones que desea que aprendamos. Nuestra fe debe ser total y completa, llevando “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” – 2 Corintios 10:5.

UNA BUENA CONCIENCIA

Conciencia expresa el medio por el que discernimos el bien del mal, que calidad de mente y corazón sirven como guía a nuestra conducta moral. Todos los hombres tienen algún reconocimiento del bien y el mal, pero no todos tienen una buena conciencia.

Dios nos ha dado su Palabra de Verdad con el fin de regular y educar a nuestra conciencia. Para familiarizarse con las normas y ejemplos Divinos, nuestra conciencia es educada y preparada. Con el tiempo, actuaremos de la forma más adecuada. Para meditar y actuar sobre la Verdad, la mente poco a poco y cada vez más estará en sintonía con la justicia, nuestros pensamientos y acciones empezarán a desarrollarse en forma natural, en armonía con las normas de la Divinidad. Como lo expresa el apóstol, “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18), “y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” – Colosenses 3:10.

Adán, en su perfección, no tuvo necesidad de una ley escrita para guiarlo, la ley de Dios fue escrita en su propio ser y su buena conciencia le dijo instintivamente lo que estaba de acuerdo con la voluntad de Dios y lo que no lo estaba. Pero, con la caída, la clara descripción de la ley Divina escrita originalmente en el hombre se convirtió en borrosa y en cierta medida fue borrada.

El apóstol Pablo escribió, “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto” (Romanos 7:7,8). Sin bien la ley escrita o la ley del pecado de conciencia no sería reconocible como tal, sus efectos serían los mismos, es decir, la consecuencia del pecado es muerte.

Una vez más, el apóstol dice: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Romanos 2:14,15). La ley de la conciencia sólo nos dirá que ciertas cosas están mal. Necesitamos la Palabra de Dios para educar y formar a nuestra conciencia que pueda convertirse en vida con todas las características de su voluntad.

El fin del mandamiento del que Pablo habla en el texto anterior, es el desarrollo de una buena conciencia. El mismo trabajo de la gracia tendrá lugar en los corazones de la humanidad bajo la administración del futuro Reino de Cristo. En virtud de dicho acuerdo, Dios pondrá su ley dentro de los hombres y escribirá en sus corazones que una buena conciencia puede ser su guía en el futuro de las edades. Entonces el hombre ya no necesitará más una ley escrita para su orientación e instrucción como simbólicamente es descrito en el Apocalipsis. “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” – Apocalipsis 22:5.

EL FIN DEL MANDAMIENTO

Al explicar el fin del amor, Pablo puntualiza su intervención diciendo, “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13). Esto significa, que es un acto de amor que se rige por principios de derecho y motivos puros. Nuestro Señor dijo, “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman” (Lucas 6:32). El mundo ama a sus familiares, hijos y amigos, esto es correcto y adecuado. Sin embargo, los seguidores de Jesús, debe ir mucho más lejos. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Este es el amor de Dios, sin egoísmo, que debe salir de nuestros corazones.

FILIOS Y AGAPE

En el Nuevo Testamento, hay dos palabras griegas que se han traducido como amor. Estas son filios y ágape. La primera palabra, filios expresa el tipo de amor que se ejerce entre las personas que son familiares. Esto se ilustra en el texto, “El que ama a padre o madre más que a mi, no es digno de mí; y el que ama a hijo o hija más que a mi, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Del griego, tenemos la palabra Filadelfia la cual significa ‘amor de los hermanos’.

La segunda palabra es traducida amor ágape. Esto ha sido definido como el amor desinteresado, un amor hacia todos, incluidos los que no son naturalmente amables. Es un amor que funcionará a pesar de las circunstancias que tienden a obstaculizar su funcionamiento. Este amor es el amor de Dios. Ágape es el amor perfecto con una expresión desinteresada. Se encuentra descrito en las epístolas de Juan. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). Juan nuevamente lo usó cuando escribió, “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16). Este es el objetivo hacia el cual somos enseñados a esforzarnos a mostrar un amor de corazón puro.

Mantengamos el objetivo que nuestro amoroso Padre Celestial ha dispuesto para nosotros, es decir, el amor de un corazón puro, una buena conciencia y una fe sincera. Cristo se formará en nosotros, finalmente estaremos preparados para su Reino y nos presentaremos impecablemente con alegría ante la presencia de su gloria.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba