DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
Nuestro Padre Celestial
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” |
Mientras estaba con sus discípulos, Jesús les enseñó muchas cosas. Algunos eran familiares y otros no. Un buen grupo, no le entendieron hasta que recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Jesús habló al pueblo en parábolas, que ni aún sus discípulos pudieron entender el mensaje. Por eso ellos preguntaron: “El respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado” (Mateo 13:11). Estas mismas verdades han continuado ocultas durante esta edad del Evangelio, excepto para los que han recibido ese privilegio del Espíritu Santo. El apóstol Pablo habla de estas verdades como misterios, “Y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” – Efesios 6:19.
Una de las más hermosas verdades que enseñó Jesús con relación a su Padre Celestial mientras impartía la Regla de Oro a sus discípulos, les explicó: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” – Mateo 5:43,44.
Estas deben haber sido palabras perturbadoras para sus discípulos, que el hombre pueda amar a sus enemigos y perseguidores. ¿Podría el Maestro realmente estar enseñando una cosa así? Jesús les estaba enseñando una lección muy importante acerca de Dios. A continuación, entendemos la razón para amar a nuestros enemigos, “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publícanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” – Mateo 5:45-48.
Aquí reside una gran verdad, porque son “hijos” de nuestro Padre que está en los cielos. Tenemos el privilegio de saber que Dios no sólo es nuestro Dios, sino que también nuestro Padre Celestial. Esto es abrumador si tenemos en cuenta lo que Jesús está enseñando. Si hemos de ser hijos de Dios, vamos a ser perfectos como Dios es perfecto. Es imposible para cualquier persona que sea perfecto como Dios lo es, ¿entonces que es lo que Jesús quiso decir? El quería convertir nuestras mentes a algo glorioso, que si queremos ser fieles seguidores de los pasos de nuestro Maestro, nos desarrollemos como nuevas criaturas para ser aptos a tener un lugar en el gran reino de Dios, pero tenemos que desarrollar el carácter de Dios. Esta es la norma, lo que Dios espera de nosotros. Nuestro Padre Celestial ha establecido un estándar alto para este propósito, ser constante y diligente para lograrlo.
Dios conoce lo mejor que necesitamos. No marcamos la pauta ya que cualquier norma que podríamos establecer está muy lejos de lo que se espera de aquellos que un día compartirán el trabajo del reino. “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?” (1 Corintios 6:2). Esta es una de las recompensas por ser fieles hasta la muerte, así que el estándar de Dios debe ser alto y nunca debemos disminuirlo. La norma es: “Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.
Jesús nos está enseñando que tenemos que desarrollar amor perfecto para todos los hijos de Dios con la intención de bendecir para la eternidad, al bueno y al malo, al justo y al injusto. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Juan describe el amor perfecto de Dios: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7,8). Tenemos el gran privilegio de conocer a Dios antes que el resto de la humanidad. ¿Qué reconfortante es saber que aquellos que no le aman en este mundo y se oponen no están condenados para siempre, porque lo hacen por ignorancia. Mientras Jesús agonizaba en la cruz, no pidió venganza para los que injustamente lo condenaron a muerte, se burlaron, lo golpearon y echaron suertes sobre sus ropas.
Este es el perfecto amor de Dios que estamos obligados a desarrollar. Los discípulos de la Iglesia Primitiva pudieron haber pensado que esto era imposible. Jesús tenía la capacidad de tener este amor, ¿sería posible para ellos desarrollarlo? Fueron convencidos que era posible. No mucho tiempo después de Pentecostés, un hermano joven llamado Esteban tuvo que confrontarse con algunos en el templo, mientras estaba predicando el Evangelio de Jesucristo. “Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (Hechos 6:10). Después que estos falsos testigos judíos sobornados clamaron que había blasfemado a Dios, Esteban les relató el Plan de Dios, según consta en el séptimo capítulo del libro de Hechos, comenzando con Abraham y toda su historia que abarca hasta la venida de Jesús como el Salvador, terminando con la acusación: “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores” (Hechos 7:52). Cuando oyeron estas palabras se exaltaron, pero no dijeron nada porque sabían que decía la verdad.
A continuación, Esteban dirigió su mirada hacia el cielo, vio una visión y dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo” – Hechos 7:56-58.
Cuando las piedras cayeron sobre Esteban, demostró el maravilloso Espíritu de Dios hacia sus enemigos y perseguidores, lo mismo que Jesús había enseñado a sus discípulos. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7:59,60). Con la ayuda de Dios, le fue dada fuerza para demostrar que es realmente posible para nosotros desarrollar el perfecto amor que Jesús había enseñado, que se requiere tomar su cruz para seguirlo fielmente hasta la muerte. Con el maravilloso ejemplo mostrado por el joven hermano Esteban, no cabe duda de que si es posible practicarlo.
Jesús nos enseñó que Dios es nuestro Padre. “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23:9). El término “padre” indica un sentido de respeto. Jesús aclara que dicho título de respeto no es para ser aplicado por la gente a dirigentes religiosos humanos, ya que “uno es vuestro Padre que está en los cielos”.
Hemos aprendido muchas de las características de nuestro Padre Celestial que nos hace apreciarlo aún más. Al igual que cualquier buen padre en la tierra es constante con nosotros y podemos confiar que no cambiará nunca. La mayoría de los hijos son confortados por el conocimiento de que puedan ir a su padre en cualquier momento y con mucha mayor razón con nuestro Padre Celestial. Santiago nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Malaquías también escribió: “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Malaquías 3:6). ¡Qué bendición saber que nuestro Padre Celestial nos da todos los dones perfectos que necesitamos y siempre está ahí cuando pedimos!
Como un buen padre, Dios provee para lo que necesitamos. Mateo describe el amor que Dios tiene para las aves del cielo, los lirios y la hierba del campo y menciona: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). Al decirnos que nuestro Padre Celestial nos ama mucho más de lo que podemos observar en la naturaleza, nos tranquiliza saber que no debemos preocuparnos por las actividades de cada día al buscar comida y vestido, porque Dios “sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” – Mateo 6:32,33.
La lección no enseña que dejemos de lado el planificar nuestras actividades o cuidar de nuestras responsabilidades, sino que debemos confiar que nuestro Padre Celestial tiene interés en ayudarnos, porque somos preciosos para él. Debemos enfocarnos en buscar primero su justicia y aprender acerca de su carácter, planes y propósitos, tal como se describe en su Santa Palabra.
Sabemos que Dios así como un padre terrenal, nos dará las cosas que pedimos, si lo pedimos correctamente. “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” – Lucas 11:9-13.
También al igual que un buen padre terrenal, nuestro Padre Celestial nos disciplina de modo que nuestro carácter mejore para ser bendecidos y poder ser partícipes de su santidad. Pablo escribió, “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” – Hebreos 12:5-11.
Sabiendo estos atributos del carácter del Padre Celestial nos impulsa a preguntar, ¿cómo nos acercamos a él? Los discípulos querían saberlo, “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” – Lucas 11:1.
Jesús había dado un ejemplo de oración a sus seguidores y esperaba que ellos hicieran lo mismo. Habían orado a Dios previamente, sabían que las enseñanzas de Jesús eran diferentes a la ley y después pidieron ser enseñados en la forma correcta de orar para estar en armonía con sus enseñanzas. En Mateo 6:1-7, Jesús respondió a sus preguntas tomando como ejemplo a los hipócritas, quienes al orar mostraban una apariencia para atraer la atención. La lección de Jesús es que debemos evitar cualquier muestra de piedad o actitud para impresionar a los que nos rodean. Más bien, deberíamos entrar en un lugar secreto y hablar con humildad a nuestro Padre Celestial.
Él les enseña la manera de orar con hermosas palabras que han pasado a ser conocidas como el Padre Nuestro. “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” – Mateo 6:9-13.
Una vez más está presente el perfecto amor de Dios, que debemos desarrollar en nosotros mismos, procurando una actitud de perdón hacia los demás, de lo contrario no vamos a ser perdonados. Esto es lo que Jesús quería que comprendiéramos cuando dijo que debemos ser perfectos, como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
La Biblia está llena de ejemplos de diferentes tipos de padres: Adán fue un padre pecador que ha sumido a la humanidad en la esclavitud del pecado y muerte. Enoc fue un padre piadoso, porque las Escrituras dicen que caminó con Dios (Génesis 5:22-24). Noé fue un padre fiel que trabajó para Dios (Génesis 6:9). Moisés fue un padre noble, porque sirvió a Dios. Josué fue un padre sabio, porque lo escogió Dios (Josué 24:15). José fue un padre fructífero porque honró a Dios.
Un modelo de ‘padre’ registrado en las Escrituras fue Abraham porque representa la obediencia perfecta. Se le prometió que a través de su descendencia serían benditas todas las familias de la tierra, alcanzó una edad avanzada con su esposa y no tenía hijos, ni herederos. Después se equivocó tratando de cumplir el Plan de Dios teniendo con su concubina Agar un hijo al que llamó Ismael. Finalmente cuando Abraham tenía cien años, su esposa Sara concibió a Isaac, el hijo prometido. Cuando había crecido, Dios probó la obediencia de Abraham, diciéndole que tomara a Isaac y se lo ofreciera como sacrificio.
El relato de este acontecimiento se registra en Génesis 22:1-14. Abraham muestra plena confianza en Dios, sigue las instrucciones. Isaac también muestra confianza en su padre al obedecer las instrucciones llevando leña al lugar de sacrificio, después de observar que no había ningún animal para ser ofrecido. Obedeció y se acercó al altar cuando fácilmente podría haber escapado. Esto representa a Jesús quien voluntariamente dio su vida como precio de rescate por Adán, por causa del amor al Padre. Abraham, estaba dispuesto a sacrificar a su hijo unigénito en obediencia a las instrucciones de Dios, de igual modo nuestro Padre Celestial estaba dispuesto a ofrecer su Hijo en sacrificio por nosotros.
Jesús explicó a sus discípulos lo que se considera el más grande amor. “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:12,13). Eso es lo que Jesús hizo por nosotros, porque él dijo: “Yo soy el buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). Eso es lo que hizo Jesús durante su ministerio terrenal y esperamos que haga lo mismo en su Reino. Sin embargo, hemos de procurar dirigirnos diligentemente hacia ese objetivo final de nuestra vida consagrada, ya que no es una cosa natural estar dispuestos a dar la vida por un extraño o incluso por un amigo. Se trata de una verdadera manifestación de amor.
Nuestro Padre Celestial dio la vida de su Hijo por nosotros. Ese acto de Dios dando a su Hijo como el precio de rescate por Adán, es el mayor acto de amor que ha sido ofrecido. ¿Es razonable pensar que si fuera posible Dios habría preferido morir a sí mismo por nosotros en lugar de permitir que su unigénito Hijo muriera? Considere la posibilidad de Abraham en su viaje para sacrificar al hijo que tanto había esperado tener. No cabe duda que se habría ofrecido con mucho gusto morir en lugar de matar a su hijo unigénito. Pero Dios no podía morir, por lo que dio a su propio Hijo para ser el precio de rescate por Adán. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16,17).
Un joven había muerto a la edad de cuarenta años y en el funeral se escuchó a su padre decirle a un amigo que él no podía creer que su hijo había muerto, que no era el orden natural de la vida. “Un hijo debe sobrevivir a su padre” dijo el hombre. “Debería haber sido yo el que murió y no mi hijo. Daría cualquier cosa para que sea así”. Muchos padres han expresado sentimientos similares cuando un hijo le ha precedido en la muerte. La lección en relación con nuestro Padre Celestial y su Hijo es clara. Si somos capaces de este amor para nuestros hijos, ¿cuánto mayor es el amor de nuestro Padre Celestial hacia sus hijos? Dios nos ama más de lo que podemos comprender, incluso lo suficiente para dar su Hijo unigénito en sacrifico por nosotros.
“Si ustedes entonces, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos: ¿cuánto más será vuestro Padre celestial dándoles el Espíritu Santo cuando se lo pedimos a él?’ ¿No es suficiente y estar sujeto al Padre de los espíritus?”
Experiencias como éstas profundizan nuestra comprensión y gratitud por el amor demostrado por Dios.
Mantengamos siempre en mente el gran amor que Dios tiene para nosotros y lo poco que podemos hacer para mostrar nuestro amor y aprecio hacia él. ¿Podemos entonces continuar practicando la adoración y alabanza a nuestro amado Padre Celestial por su gran bendición mientras tenemos tiempo, oportunidad y privilegio de hacerlo?