DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
Búsqueda de las cosas celestiales
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” |
DESPUES DE LA ULTIMA OBSERVANCIA típica de la Pascua de Jesús con sus discípulos, tomó algunos pedazos del pan sin levadura y del fruto de la vid e instituyó un memorial de su próxima muerte como el antitípico cordero de Pascua. “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” – Mateo 26:26-29.
UN NUEVO TIPO
El Señor no instituyó otro o un tipo más alto de la Pascua. Por el contrario, esta Pascua estaba a punto de ser cumplida con su muerte en la cruz en muy pocas horas ese mismo día. Fue el cumplimiento que el Señor deseaba recordar a sus discípulos sobre una base anual, a través de su memoria, observando lo que él estableció esa última noche típica de Pascua. La expresión “haced esto en memoria de mí” implica que el nuevo memorial debe sustituir a la antigua Pascua. Llegó a ser obsoleto por su cumplimiento en el Calvario. Como no habría sido apropiado o legal observar anualmente la Pascua en cualquier otro momento que no sea el que fue ordenado por Dios, tampoco es apropiado para el cumplimiento del memorial de este tipo en cualquier otro momento de su aniversario.
En la temporada para la celebración de la Cena del Señor en su memoria, los enfoques y las reflexiones de sus seguidores, son basadas en las experiencias, con las que el apóstol Pablo señala de como el Señor llegó a ser Sumo Sacerdote de Dios. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” – Hebreos 5:8,9.
Pablo explica que el sufrimiento y la humillación no se limitan a eventos desafortunados y circunstancias que el Señor experimentó. Fue un proceso diseñado en forma perfecta para establecer y demostrar el carácter que se requiere para el cargo sacerdotal que le había sido asignado por su Padre. “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec” (Hebreos 7:21). Ante numerosos testigos, su resistencia a las pruebas demostró que estaba perfectamente adecuado para ese oficio. Por eso, una base sólida fue establecida sobre sus seguidores, los que han creído a lo largo de esta edad del Evangelio teniendo la esperanza de su residencia a su debido tiempo.
EXPERIENCIA COMPARTIDA Y SIMBOLIZADA
El apóstol deja en claro que esta esperanza se hará realidad sólo en aquellos que voluntariamente compartan la experiencia de sufrimiento con el Señor en aras de la justicia. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16,17). “Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2:12) La experiencia compartida de sufrimiento durante la Edad Evangelio es prueba de que el Señor y sus discípulos son en un Espíritu. Cada conmemoración de su muerte enfatiza la unidad.
Pablo, el único apóstol que no fue testigo presencial de la institución de la ceremonia del Memorial, manifiesta que el relato de la resurrección del Señor le fue entregado por él, “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” – 1 Corintios 11:23-26.
El Apóstol entendió que la ceremonia del Memorial es una representación de la fianza, la unión común, la alianza entre Cristo y su iglesia demostrado a través del sufrimiento. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Corintios 10:16,17). En el corazón de los consagrados, cada temporada del Memorial impulsa a tener un nuevo reconocimiento de la asociación, la unidad a través de los sufrimientos del Señor y sus discípulos durante la presente Edad del Evangelio.
INVITACION ESPECIAL
Es Cristo quien enfatizó que aquellos que desean una participación en su reino deben probar muy humildemente su deseo de compartir su sufrimiento. “A la verdad de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados” (Mateo 20:23). Quienes son consagrados previamente han escuchado y aceptado la invitación del Señor a unirse a él en el bautismo.
Pablo explica que el bautismo de Cristo es un bautismo hasta la muerte. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3). Los consagrados han prometido seguirlo hasta ese fin, abandonando así el camino seguido por el mundo. Como discípulos del Señor anualmente participamos de los símbolos que traen la memoria de su muerte, consideramos el privilegio de unirnos a él en su sufrimiento. Rememoramos el hecho de que los que participaron primero en la ceremonia lo hicieron a su invitación especial y los que han sido posteriormente invitados también han renunciado para siempre a las cosas terrenales.
COMPROMISO COMUN
Los que han renunciado a sus respectivas voluntades pueden servir a la voluntad de Dios compartiendo un compromiso común. En el simbolismo de la Cena del Señor, su compromiso colectivo de la Divina causa puede compararse con una barra de pan. El pan está compuesto por los que una vez fueron muchos granos individuales y más adelante mezclados para convertirse en uno. El pensamiento fundamental es que si los muchos granos hubieran conservado su individualidad no se formaría el pan. Aplicando esto a la consagrada Edad del Evangelio, se concluye que los que persisten en el mantenimiento de sus voluntades personales después de la consagración nunca puede convertirse en parte de ese único pan. De la misma manera, participamos de la copa que se compone de muchas uvas. Las uvas han sido aplastadas y por lo tanto pierden su identidad individual.
Además, se llega a la conclusión que para los consagrados, la completa sumisión al proceso de transformación es una cuestión de vida o muerte. El apóstol indica lo que necesitamos, diciendo: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” – Romanos 12:1-5.
NUEVA CONDICION
Quien acepta la voluntad de otro se convierte en sentido figurado muerto como individuo. La consagración es caracterizada de acuerdo a las escrituras como una muerte desde morir consagrado a su voluntad individual y convertirse a la vida en la voluntad de Dios. Pablo dice del consagrado, “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Que el que vive y es ‘escondido con Cristo en Dios’ es una ‘nueva criatura’ engendrada por la Voluntad de Dios. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” – 2 Corintios 5:17.
La Nueva Criatura no tiene voluntad propia. Se convierte en un nuevo componente de un grupo mayor donde el Señor Jesús es la cabeza. Pablo explica: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Corintios 12:12-14,27). Cristo está compuesto de un solo cuerpo con muchos miembros, la iglesia y un jefe, el Señor Jesús.
Los miembros del cuerpo de Cristo buscan las cosas del Espíritu que les conducen a renunciar a su voluntad individual. Tratan de fijar sus afectos en lo que no es terrenal. El apóstol Pablo expresa esa necesidad diciendo: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2). El que mantenga en su corazón el amor de Dios debe ahogar los deseos terrenales y las atracciones y nutrir su afecto por las cosas espirituales.
ELIMINANDO LOS APETITOS MUNDANOS
Hay una atracción natural de la humanidad hacia las cosas terrenales, éstas han sido manchadas durante el reinado de Satanás, están sin brillo. Sin embargo, es una tentación a los amantes de la justicia que odian la iniquidad. Pablo define el curso a seguir para evitar los peligros de esa atracción: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5). El aconseja a no ingresar en lugares donde existen tentaciones mundanas, a hacer morir los apetitos mundanos en la carne y que fomentan la tentación.
CARNALIDAD
Empezando por lo más evidente y terminando por lo más sutil, el apóstol enumera diversas impurezas y apetitos que surgen de la lujuria de la carne y el amor del mundo. ‘Fornicación’ un mal prominente en los días de Pablo como en el presente es nombrada para la atención de los santos, como el mal más evidente de la carne. Lo que se pasa por alto, aunque en relación con la fornicación es la “inmundicia”. Los engendrados del Espíritu son puros de corazón. Sin embargo, sus miembros tocan la tierra. Ellos están en contacto con la naturaleza humana manchada. Además, están sujetos al contagio por ese contacto. Todo lo que mancha o arruga requiere un lavado con agua a través de la Santa Palabra. (Efesios 5:26). ‘Las pasiones desordenadas’ son también algo que merecen ser vigiladas. En la medida que el pueblo del Señor no persigue lo terrenal más allá de lo que es necesario, están ofreciendo amor y un sentir que pertenece esencialmente a Dios.
“Malos deseos’ es algo que existe en lo interno, la lujuria por los deseos ocultos de cosas prohibidas. Es el nivel más alto en la jerarquía del apóstol con referencia a los males mundanos. El pueblo del Señor conoce el mal y el pecado, sabe como luchar contra estos deseos. Además, pueden echar fuera de sus corazones todo anhelo, todo deseo, todo aquello que no es aprobado por el Señor. Evitando graves inmoralidades que no son secretas y están condenadas por Dios.
‘La codicia’, en la lista el apóstol, menciona algo que la nueva criatura debe reprimir hasta la muerte. Declara que la codicia es una forma de idolatría. Es una de las más seductoras tentaciones que experimenta el pueblo del Señor. Es el hallar satisfacción en las cosas que no son parte del amor de Dios. La nueva criatura no debería amar a la esposa, el marido, los niños, los tesoros terrenales más de lo que ama el Señor. “El que ama a padre o madre más de mí no es digno de mí: y el que ama hijo o hija más de mí no es digno de mí” – Mateo 10:37.
ODIADO POR EL MUNDO
El Señor Jesús dijo: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:18,19). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). En la palabras del Señor, Pablo añadió: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Estas palabras han sido una verdad a lo largo de la presente edad del Evangelio. Cuando se resiste firmemente al encanto de las cosas de la tierra, el cuerpo de Cristo, desprecia al mundo.
AMADO POR DIOS
El maestro transitó por un camino muy difícil y estrecho. Fue continuamente acosado por las fuerzas que querían destruirlo. El sufrimiento, la calumnia y el ridículo al derramar su vida en sacrificio diario haciendo la voluntad de su Padre, fueron para rescatar a un mundo que no lo apreció ni comprendió. Del mismo modo, sus discípulos en la actualidad no están para buscar la aprobación del mundo sino más bien para ‘cumplir en su carne lo que falta de las aflicciones de Cristo’ (Col 1:24). Se hace hincapié en el hecho de que sus discípulos han de seguir su ejemplo. Se trata de dedicar la vida en sacrificio, incluso hasta la muerte como él lo hizo. Sufrir como miembros del cuerpo de Cristo al igual como los profetas hablaron cuando se predijo los sufrimientos de Cristo y la gloria que había de cumplirse. El que vence al mundo, a las facilidades, al encanto de la comodidad y hacer su libre voluntad, incluso hasta la muerte, le será dada la corona de victoria. “Sé fiel hasta la muerte tú, y yo te daré la corona de vida” – Apocalipsis 2:10.
El apóstol se ocupa de los que están sirviendo al Señor con todo el potencial de su corazón y que son libres de condenación, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). La fe camina con el Espíritu de verdad y justicia. De lo contrario significaría que habrían perdido su nueva disposición, su nueva voluntad y su nueva mente; también significaría que se han convertido en muertos a la esperanza que se encuentra en las grandes y preciosas promesas que los llevó a su consagración. “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” – 2 Pedro 1:4.
Esto implicaría que el hijo de Dios habría perdido la perspectiva celestial del propósito y objetivo fijado antes en la epístola del apóstol Pablo que exhorta a sus hermanos en Colosas. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” – Colosenses 3:12-17.
Qué apropiado y necesario es que una vez que cada año los que están dedicados plenamente al servicio de Dios recuerden la base de su reconciliación con él y de su privilegiada comunión con su Hijo amado. A medida que participan de los emblemas con otros que también han entrado en el camino estrecho, engendrados por el Espíritu serán conscientes de la realidad detrás de los símbolos, la realidad de la muerte del Señor y su sufrimiento, la realidad de su privilegio de coparticipación y la realidad de su paz.