DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La ley de Dios es el amor: El cristiano vive bajo esta ley

“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo; ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”
—Lucas 10:25-27

CUANDO JEHOVÁ dio sus mandamientos a la nación de Israel, ésta se comprometió a observarlos y a cumplirlos. El registro dice: “Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado; Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo.”— Éxodo 19:7,8

Las Escrituras muestran claramente que esos mandamientos fueron dados exclusivamente a esa nación y a ninguna otra. Por eso Dios pudo decirle: “Eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra. “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; Porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdote, y gente santa”. Esa sería la recompensa que les guardaría si lo obedecían a Jehová, mientras el resto de la humanidad quedó excluido de este arreglo.—Deuteronomio 14:2; Éxodo 19:5,6

UNA CASA DE SIERVOS

Israel estuvo por muchos años sometido a servidumbre y esclavitud en Egipto. A pesar de ser los descendientes directos de Abraham, Isaac, y Jacob, ellos no se mostraban fieles a Dios. Así leemos: “Solamente de sus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su descendencia después de ellos a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día.”—Deuteronomio 10:15

“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de faraón rey de Egipto.”—Deuteronomio 7:6-8

Si ellos habrían de llegar a ser “un tesoro especial sobre todos los pueblos”, y “un reino de sacerdotes santos” sería necesario primero que ellos aprendiesen a amar y a obedecer a Dios. Con ese propósito Jehová les dio su ley. Así leemos: “Ahora, pues Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con toda tu corazón y con toda tu alma?”—Deuteronomio 10:12

A pesar de que Jehová expresó cuál era su propósito para con ellos, él sabia perfectamente que primero tendrían que ser instruidos a fin de que pudieran “andar en los caminos” de Dios, si bien Jehová era su Padre, ellos no se comportaban como sus hijos (Deuteronomio 14:1). Por ello él los trató como sus siervos, mandándoles hacer ciertas cosas al tiempo que les prohibía hacer otras. (De los diez mandamientos cuatro son mandamientos y seis son prohibiciones) Leemos las propias palabras de Dios al respecto: “Porque mis siervos son los hijos de Israel; son siervos míos, a los cuales saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios.”—Deuteronomio 14:1; Levítico 25:55

Muchos siglos después de que Jehová Dios pronunciara estas palabras uno de los cristianos más prominentes del primer siglo, el apóstol Pablo, reconoció que Moisés fue uno de esos siervos.

Dijo él: “y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir, sin embargo Cristo lo fue como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, sí retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.”—Hebreos 3:5,6

UNA CASA DE HIJOS

El apóstol Pablo, quien era judío de nacimiento y gran conocedor de la ley dejó bien en claro la diferencia que existió entre la nación de Israel bajo Moisés y la Iglesia de Cristo al decir que Jesús fue un “hijo” en “su casa y no un “siervo”. El texto también llama la atención al hecho de que nosotros somos parte de esa casa. Nos preguntamos: ¿somos nosotros también hijos en esa casa? (Hebreos 3:6.) La respuesta nos la da el apóstol Juan. Leamos lo que nos tiene que decir el último escritor de la Biblia: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Pablo pudo confirmar eso cuando escribió lo siguiente: “pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiesen a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”—Gálatas 4:4,5

Jesús nos libró de la esclavitud a la ley dándonos la libertad que corresponde a los hijos de Dios. (Romanos 8:21) Las escrituras muestran concluyentemente que los judíos que reconocieron su incapacidad e impotencia para cumplir con los preceptos de la ley y desearon simbolizar su deseo de ser limpiados de sus pecados y transgresiones por medio de ser bautizados por Juan, habrían de ser transformados y convertidos en nuevas criaturas. La congregación o iglesia cristiana es una “casa” compuesta por “hijos de Dios” que no necesitan de una ley explícita y compulsiva como les dio a Israel que les exigía obedecer y amar a Dios.—Romanos 8:9

LA LEY QUE GOBIERNA A LOS HIJOS DE DIOS

Antes de su primer advenimiento, Jesús vivía en los cielos a lado de su Padre y junto a los ángeles invisibles de Dios que conformaban la corte celestial de Jehová. Todos ellos eran hijos de Dios.—Job 38:4-7

Nos preguntamos, ¿qué ley gobernaba y guiaba sus acciones? ¿Existía en los cielos algo parecido a los diez mandamientos que Dios dio tiempo después a la nación de Israel? Si existía alguna ley en los cielos ella debía de haber estado en vigencia desde antes que se formara la nación de Israel, aun antes de que Moisés naciera, pues estos hijos espirituales de Dios existieron aun antes de que Dios creara la tierra (Génesis 1:1) ¿Cuál ley fue esa, cuándo fue promulgada y por quién? Veamos.

Las escrituras claramente nos enseñan que Dios es amor. Leemos: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.” (1 Juan 4:16) Ésta es la ley del amor. Este texto no deja lugar a dudas tampoco respecto a la identidad del autor u originador de dicha ley pues nos dice que Dios es amor. ¿Cuándo fue que él la estableció o promulgó? El apóstol Juan nos dice que esa ley [o mensaje] estaba vigente aun antes de que Caín matara a Abel. Leamos sus palabras: “Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano.”

Cuando Dios empezó su obra creativa él trasmitió dicha ley a sus hijos. Dado que fueron creados a su imagen y semejanza ellos deberían por naturaleza reflejar el amor de Dios.

La Biblia identifica al Logos como el primero de los hijos de Dios en ser creado y lo llama el Hijo unigénito de Dios. (Juan 1:1; Juan 1:18) Por eso la escritura nos dice que Jesús “es la imagen del Dios invisible” y “La imagen misma de su sustancia.” (Colosenses 1:15; Hebreos 1:3) ¿Qué otros hijos de Dios vinieron a la existencia? Las escrituras claramente indican que los ángeles del cielo también fueron creados como hijos. (Génesis 6:2) Así, llegado el momento de la creación del hombre ellos “gozosamente clamaron a una y gritaron en aplauso.” (Job 38:7) El primer hombre Adán, también llegó a ser un hijo de Dios pues Dios lo creó a su imagen y semejanza.”—Génesis 1:26; Job.38:7

¿Pero alguien pueda que pregunte, dónde fue puesta o escrita dicha ley? ¿Acaso sobre tablas de piedra? ¡No! Jehová Dios la implantó en los “corazones” de sus hijos. Veamos.

Antes de que Dios diera su ley [la de los diez mandamientos] a Israel, aquella nación, al igual que el resto de la humanidad se hallaba alejada de su Creador. Su condición espiritual no debió ser muy diferente a la de los demás seres humanos que habitaban la tierra entonces. El apóstol Pablo nos da una idea de la condición de Israel antes de ser dada la ley de Moisés, cuando describiendo la situación de la humanidad en general dijo lo siguiente: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley [la de Moisés], hacen por naturaleza lo que es de la ley (de Moisés), éstos, aunque no tengan ley [la de Moisés], son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley [del amor] escrita en sus corazones.”—Romanos 2:14,15

Cuando Dios creó al primer hombre él implanto su ley en su “corazón”. Todos sabemos lo que ocurrió después. Sus descendientes empezaron a sufrir las consecuencias de la imperfección y el pecado. Como resultado de ello la raza humana fue perdiendo lo poco que le quedaba de la “imagen y semejanza” de Dios. No debe sorprender entonces que para el tiempo cuando Dios decidió convertir a Israel en su pueblo escogido, aquella ley del amor una vez implantada en el corazón de Adán, hubiese casi desaparecido por completo de los “corazones” de los seres humanos. Desde todo punto de vista práctico tanto Israel como el resto de la humanidad se hallaban sin ley.

Por eso Pablo pudo decir: ”Antes de la ley [de Moisés], había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecados.” (Romanos 5:13) Cuando Jehová escogió a Israel como su pueblo no lo hizo porque él fuese el mejor sobre la tierra. ¡Todo lo contrario! Todo indica que Israel era “el más insignificante de todos los pueblos.” (Deuteronomio 7:7) Era un pueblo subyugado y triste. Si Dios lo escogió, ciertamente no sería para que continuase en esa condición de esclavitud inhumana digna de lástima. Tendría que ser con el fin de que fuesen un pueblo feliz, tal como Dios es un Dios feliz.—I Timoteo 1:11; Salmos 144:15

LA LEY DE MOISÉS UNA AÑADIDURA

Por lo tanto, como nos dice Pablo, la ley fue “añadida a causa de las transgresiones [de Israel].” (Gálatas 3:19) Israel necesitaba darse cuenta de su condición pecaminosa. Para ese fin Dios le dio su ley, para que ella conociera el pecado. (Romanos 3:20) Por lo tanto, “la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina.”—I Timoteo 1:9,10

“Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase.” “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo [bajo la ley] quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él.”—Romanos 5:20; 3:19,20

La ley [de Moisés] pesar de ser buena y perfecta no dio vida a nadie, pues quienes se comprometieron a cumplir la fallaron, no hallándose nadie que mereciese ser declarado justo por medio de ella. Sin embargo en el caso de Jesús ocurrió todo lo contrario.

La ley (de Moisés) en su caso sirvió para identificarlo como el Cordero que quita los pecados del mundo. ¿Cómo así? por medio de llamar la atención a su cabal observancia y obediencia a los preceptos de dicha ley. Solo un ser perfecto y justo como el podría cumplir la ley.

Solamente quien estuviese libre de pecado podría quitar el pecado de los demás. Esto se puso en evidencia temprano al principio de su carrera cuando Jesús se acerco al rió Jordán y Juan, el bautista, señalando a Jesús lo identifico ante las multitudes con las siguientes palabras: “He aquí el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Solo él [hijo unigénito], imbuido de la ley del amor de su Padre pudo probar ser aquel Cordero.—Juan.1:29; Lucas 3:21; Gálatas 4:4

JESÚS Y SU IGLESIA BAJO LA LEY DEL AMOR

¿Necesitó Jesús que alguien le enseñara a amar a su Padre Celestial? ¿Qué lo empujó, cuando niño, a alejarse de sus padres y permanecer en el templo de Jerusalén por tres días discutiendo con los doctores de la ley? ¿No fue acaso esa ley, la del amor a su Padre celestial la que lo motivó a ello? (Lucas 2:41-52) ¡Sí! Esa fue la ley que Jesús vino a dar a conocer por encargo de su Padre. ¡Jesús pudo transmitirnos dicha ley porque él la conocía y la tenia consigo!

Por esa razón el Salmista pudo describir el sentir del Hijo de Dios aun antes de su primera advenimiento de la siguiente forma: “en hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado, y tu ley esta dentro de mi.”—Salmos 40:8

Pero, alguien pueda que pregunte ¿cómo es que esa ley ha sido transmitida a nosotros los cristianos? ¿Dónde se encuentra escrita? El mismo apóstol Pablo un poco mas adelante responde nuestras preguntas haciendo la siguiente importante revelación: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5) Ahora comprendemos el verdadero sentir de las palabras de Jesús cuando dijo: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aun, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”—Juan.17:26

Los diez mandamientos de la ley de Dios tuvieron un contenido espiritual profundo, tan profundo que su cumplimiento cabal exigía el ejercicio del amor en la forma más sublime. Pablo confirmó esto cuando dijo: “el amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de las ley es el amor.” (Romanos 13:10) El amor que nuestro Señor expresó hacia su Padre Celestial y hacia su prójimo es en buena cuanta en cumplimiento sublime de la ley. Eso precisamente es lo que sus seguidores han tratado de hacer desde hace dos mil años. Si bien todavía estamos en la carne, como “nuevas criaturas” ya no somos de la carne. A diferencia del resto de la humanidad, Dios nos trata ya como sus hijos, aunque momentáneamente estemos residiendo en algo así como un tabernáculo o tienda, esperando por nuestra final adopción.—II Pedro 1:13

Como engendrados hijos de Dios que tienen la ley del amor de Dios en sus “corazones” no necesitamos de otra ley o estatuto que nos diga que debemos de amar y obedecer a Dios o que nos diga lo que estamos prohibidos de hacer a nuestro prójimo. ¡No¡ hemos sido recreados, “de [tal] modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”—II Corintios 5:17

APRECIANDO LA LEY DEL AMOR DE DIOS

Para el cristiano engendrado del Espíritu Santo el amar a Dios ocupa el primer lugar en importancia en su vida. En base al derramamiento del Espíritu Santo hemos sido engendrados para ser hijos de Dios. Al principio no comprendimos a plenitud el significado de ello. Sin embargo desde que ese evento tuvo lugar en nuestras vidas hemos sido instruidos por Jesús y hemos aprendido entre otras cosas el real significado del amor. A partir de entonces debemos de crecer en gracia y conocimiento, añadiendo a nuestra fe los otros frutos del Espíritu como son., la paciencia, el gozo, la apacibilidad, la benignidad, etc. Solo quienes desarrollan estos frutos serán contados merecedores de llegar hacer parte de la nueva Creación, el cuerpo de Cristo.

CORRIENDO LA CARRERA Y PERMANECIENDO FIRMES

El apóstol Pablo, otrora un riguroso y celoso guardián de la ley comparó nuestra trayectoria cristiana, no a una observancia estática y rigurosa a una serie de normas o mandamientos. No, él la comparó a una carrera deportiva y a una contienda, citamos sus palabras: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”

“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago; olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”—Hebreos 12:1; Efesios 6:13; Filipenses 3:13,14

Ésta es la trayectoria cristiana: una de asedios y dificultades en sus diferentes etapas, así como de esfuerzo y de caídas en la ruta. En ella se deben de manifestar los frutos del Espíritu, entre los cuales se encuentra el amor. Este fruto se deja notar desde el inicio de la carrera, cuando nos presentamos delante de Dios como “sacrificios vivos y aceptos,”y reconocimos lo que Jesús hizo por nosotros. Nuestro amor en ese momento se centró fundamentalmente en la persona del Hijo de Dios.—Romanos 12:1

Sin embargo, este amor por Jesús y su sacrificio redentor debe conducirnos a su vez hacia su Padre quien lo envió. Este amor hacia el Padre no debe de quedar limitado a eso, a amarlo. Debe motivarnos a conocerle y obedecerle, así como a paulatinamente amar y practicar lo recto, y repudiar lo malo. Cuando nuestro amor haya llegado a expresarse de esta forma habremos dado un gran salto en nuestra carrera. Seguidamente debemos de manifestar el mismo amor que Jesús que expresó cuando fue hombre sobre la tierra. El amor que lo caracterizó no se limitó a su persona o a la de su Padre Celestial. ¡No! ¡Todo lo contrario! ¡Su amor fue uno que se proyecto hacia los demás, incluso hacia sus enemigos!

He aquí sus palabras: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.—Mateo 5:44

¿Significa ello que debemos de amar a nuestros enemigos de la forma como amamos a nuestros hermanos en la fe? ¡No! las Sagradas Escrituras nos muestran claramente que Dios no ama a todos por igual. Jesús no amó a quienes lo perseguían de la misma forma como amó a sus discípulos y apóstoles. Lo mismo debemos hacer nosotros. El Señor conoce nuestra naturaleza y sabe perfectamente lo que necesitamos para “correr la carrera.” El sabe que sin su ayuda difícilmente podríamos culminarla con éxito. Fue esa ley, la del amor, la que Dios quiso que brotase de los corazones duros y malagradecidos del pueblo de Israel. Los diez mandamientos escritos sobre tablas de piedra fueron dados a esa nación con ese fin.

Como hemos visto, la ley de Dios no queda limitada a observar los diez mandamientos. Ella abarca mucho mas, como aquello que Pablo mencionó y que debe ser un mandamiento para nosotros, posiblemente el undécimo: “sobrellevad los unos las cargas de los otros (con amor) y cumplid así la ley de Cristo.”—Gálatas 6:2



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba