DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Guardando el corazón

Proverbio 4:23:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón…”

EL CORAZÓN ES EL MÁS laborioso de todos los órganos en el cuerpo humano. Mediante contracciones rítmicas, bombea la sangre a todas las partes del cuerpo. Si este órgano deja de funcionar, se produce la muerte. Si se interrumpe la corriente sanguínea sólo por un pequeño instante, se forma un coágulo que a menudo ocasiona la muerte. En vista de esta función importante del corazón, la Biblia lo usa de manera muy apropiada como un símbolo de nuestros motivos, afectos, intenciones y deseos.

Respecto del ‘corazón’ de la humanidad perdida está registrado: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9). Si nosotros vamos a complacer al SEÑOR, hay una urgente necesidad de cumplir con las palabras del salmista: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu nuevo dentro de mí” (Salmos 51:10).

Como hijos de Dios, se nos ha enseñado a través de las Santas Escrituras respecto de la única manera por la que podemos tener nuestros corazones en rectitud con nuestro Padre Celestial. Es a través de su amado Hijo” el cual se dio a si mismo por rescate por todos” (1 Timoteo 2:6). “Y él es la propiciación (satisfacción) por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2).

Al darnos cuenta de que necesitamos un Redentor, con gratitud y con mucho gusto aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador personal, y aceptamos la invitación: “Dame, hijo mío tu corazón” (Proverbios 23:26). Nos consagramos completamente, todo lo que tenemos y lo que somos, a nuestro Padre en el cielo. A continuación de esta consagración, ocurre algo que es maravilloso. Pablo lo menciona: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).

Nosotros recibimos de su Espíritu, y Dios, habiéndonos ungido, nos ha estampado con su sello, dándonos el Espíritu Santo como una promesa “en nuestros corazones” (2 Corintios 1:21,22). Es nuestra gran alegría y privilegio, como se indica en Hebreos 10:22, “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificado (limpio) los corazones de mala conciencia”.

Apenados y arrepentidos

Durante nuestro recorrer como cristianos, podemos sentirnos en algún momento desanimados. A su debido tiempo, se nos puede recordar vívidamente que aun tenemos el tabernáculo carnal contra quien luchar. No permitamos que el desaliento nos ponga obstáculos. En tales circunstancias, una condición humilde se convierte en algo muy favorable si buscamos asistencia Divina, si por voluntad propia nos humillamos al SEÑOR, para hacer su voluntad. Entonces, recibiremos con seguridad la bendición Divina. “Cercano esta Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmos 34:18). “Al corazón contrito y humillado, no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17).

Un corazón está arrepentido cuando tiene una calmada y profunda pena a causa de pensamientos, palabras y hechos que no están en armonía con el buen camino. Nuestro Padre Universal, que es muy grande y noble, también es particularmente comprensivo con aquellos quienes tienen un corazón apenado y arrepentido, cuyo espíritu es humilde, que se dan cuenta que son imperfectos, que desean estar en armonía con él y vivir en santidad. De ellos, él está siempre cerca para revivirlos y darles fuerza.

“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).

Siempre deberíamos recordar que el SEÑOR nunca desprecia un corazón verdaderamente apenado y arrepentido. Por ello si, tropezamos y estamos lejos de los requerimientos del SEÑOR, nos encontramos con ansias de tener su perdón y su compañerismo, y si estamos con el corazón apenado y arrepentido, entonces no debemos desesperarnos. “Si confesamos nuestros pecados, él (nuestro padre) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”, a través de “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:9,7).

Hacia nosotros llega la exhortación de ‘Mantén tu corazón con toda diligencia’. El SEÑOR está mirando nuestros corazones, mirando el motivo que provoca lo que decimos y hacemos, también respecto de lo que no estamos haciendo. “Porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos” (1 Crónicas 28:9). “Pues el hombre mira lo que esta delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Nuestros motivos

Como hijos de Dios completamente consagrados, el SEÑOR nos está poniendo a prueba. Él simplemente no nos está viendo superficialmente, por ejemplo, la cantidad de conocimiento que tenemos, o la amplitud del trabajo realizado, o la estima que mantienen por nosotros nuestros hermanos. Él no está meramente fijándose en estas condiciones externas, aunque todas éstas sean muy adecuadas, apropiadas e importantes. Él también está mirando dentro del corazón, nuestros pensamientos y motivos más profundos, nuestros deseos e intenciones, nuestra voluntad, porque ‘fuera de esto están los asuntos de la vida’. Él está juzgando, desde nuestros corazones, si nosotros estamos aptos para ocupar un lugar en su reino.

A medida que meditamos sobre este hecho, podemos encontrar muchas cosas que serían por sí mismas perfectamente correctas pero que serían condenadas por él, porque no tienen un motivo correcto. Este pensamiento es expresado en Proverbios 21:4, “Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamientos de impíos, son pecado”. El arado de un campo es perfectamente correcto y apropiado. No es el acto el que lo hace pecado, pero el hombre que ara el campo con un espíritu equivocado, con malas intenciones, teniendo pensamientos de ira, trabajando en su campo para conseguir dinero que gastará de manera egoísta, sin importar cómo esto pueda afectar a los demás, lo que ese hombre está arando es pecado.

Vemos entonces la importancia de tener nuestros corazones y nuestros motivos con rectitud ante Dios en todos los aspectos. Si hacemos algo que es perfectamente correcto por sí mismo, algo que recibiría los elogios y la aprobación de todos los que nos rodean, y sin embargo hay un espíritu equivocado, entonces no recibiría la aprobación de Dios.

Debido a que es difícil discernir nuestros motivos claramente, hacemos bien en acudir frecuentemente, cuidadosamente y devotamente hacia la Palabra de Dios que nuestro Padre ha proporcionado para nuestro aprendizaje e instrucción, porque ésta nos enseña a discernir nuestras intenciones, los pensamientos de nuestro corazón. Podemos leer: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).

El Señor ha establecido claramente que no podemos juzgar correctamente los motivos de los demás. No podemos leer en sus corazones. Pero debemos juzgarnos a nosotros mismos. Debemos examinar nuestros motivos a la luz de las Escrituras, y no hacer meramente suposiciones. No deberíamos concluir “Bien, yo soy tan bueno como fulano de tal, y si él es un hijo de Dios, entonces yo también lo soy”.

Si ésta es nuestra actitud, entonces estamos decepcionándonos nosotros mismos. Deberíamos darnos cuenta que nuestras propias ideas personales e imaginaciones, nuestros propios juicios (aparte de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo) no son solamente poco confiables sino que muy engañosos. Necesitamos el poder correctivo y limpiador de la Palabra de Dios. Pablo escribió: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10:4,5). Nuestras imaginaciones humanas, ideas y razonamientos, que son muy poco confiables, deben ser demolidas.

Eliminar los venenos

En Proverbios 16:5 podemos leer: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune”. El orgullo es un veneno mortífero para la Nueva Criatura. Si permitiéramos que el orgullo llene nuestros corazones y permanezca allí, seríamos conducidos fuera del camino de la luz, de la Verdad y de la vida.

También debemos librar a nuestros corazones de la envidia, la cólera, la malicia, el odio, el egoísmo, la amargura y todas las influencias de la carne y del demonio. También debemos vigilar siempre, no vaya a ser que alguna raíz de amargura entre en nuestros corazones y permanezca allí. Estos venenos no solamente nos hacen gran daño, sino que con frecuencia también mancillan a los demás. Aun una pequeña semilla de estas tendencias malignas puede crecer.

Luego está la desconfianza. Esta cualidad también debe ser mantenida fuera de nuestros corazones. ¿Tenemos la confianza, la fe en el SEÑOR, que deberíamos tener? ¿Estamos adoptando de manera cercana todas las muy grandes y preciosas promesas de Dios? El “elevado llamado” de Dios en Cristo Jesús es muy maravilloso (Filipenses 3:14). Si por un momento nosotros pudiéramos tener una rápida visión real de esa gloria que está más allá del velo, no habría ninguna duda sobre nuestra fidelidad. La gloria celestial nos abrumaría tanto que todas las cosas triviales que nos distraen en esta vida serían puestas de lado. Pero la gloria está simplemente tras el velo, imposible de ser vista con la visión natural, pero sí con el ojo de la fe (2 Corintios 4:17, 18).

Pureza en el corazón

Cuán estimulantes son las palabras de Jesús, “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Y cuán bellas son sus palabras, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28,29). Nosotros queremos que nuestros corazones sean como el suyo. “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. (Juan 14:23).

Nosotros deberíamos ver que, por gracia Divina, nuestro Padre y su Hijo están habitando con nosotros, y que su dulce y santa influencia es el poder motivador de todos nuestros pensamientos, afecciones, deseos y voluntades, circulando la vida nueva dentro de nosotros. Así seremos nutridos como Nuevas Criaturas, también limpiados de toda suciedad de la carne.

Además podemos ayudar a mantener o cuidar nuestros corazones, incrementando nuestra atención y obediencia hacia la palabra de Dios. En esta conexión, el contexto de la escritura que inicia esta lección es una excelente instrucción: “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparte de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón” (Proverbios 4:20,21). En otras palabras, mantén mis palabras en el mismo centro de tus pensamientos, afectos, deseos, motivos y voluntad. En los Salmos podemos leer: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” “Sea mi corazón integro en tus estatutos, para que no sea yo avergonzado” “Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón” “Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos de continuo, hasta el fin” (Salmos 119:11, 80, 111 ,112).

Deberíamos ‘permitir’ que Cristo y su Espíritu habiten en nuestros corazones, y “ La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones con gracia al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16), también deberíamos “santificar al Señor Dios” en nuestros “corazones” (1 Pedro 3:15), y “la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que así mismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:15, Filipenses 4:7).

La ‘paz de Dios’ es un imperativo, del mismo modo es la cualidad del amor. Pablo escribió: “Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre”. (1 Tesalonicenses 3:12,13).

Nutrición especial

Mientras el corazón físico, humano, es el más laborioso de todos los órganos del cuerpo, también es el mejor nutrido. De manera similar, nuestro corazón, el relacionado con nuestros deseos, intenciones, motivos y voluntad, debe ser nutrido muy especialmente. Y el medio de lograr esto es a través de la Palabra inspirada y del Espíritu Santo.

Podemos leer: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16). Aquí, el profeta está testificando.

Nosotros también debemos ver que la Palabra de Dios entra en nuestros corazones, representando nuestros motivos, afectos y voluntad. Es nuestro feliz privilegio y responsabilidad ver que el espíritu de las Santas Escrituras llegue al mismo centro de nuestros deseos, intenciones y voluntad. Nuestros corazones deberían estar tan llenos de la Palabra de Dios, junto con el Espíritu Santo, de manera que se conviertan como “fuego ardiente” (Jeremías 20:9). Mientras tengamos la oportunidad, debemos propagarla, ya sea que los que nos rodean la escuchen o no.

Esta experiencia está descrita gráficamente por el Profeta Jeremías: “¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste. Todo el mundo se burla de mí, se ríen de mí todo el tiempo. Cada vez que hablo, es para gritar: ¡Violencia! ¡Violencia! Por eso la palabra del Señor no deja de ser para mí un oprobio y una burla. Si digo “No me acordare más de él ni me acordare más en su nombre”, entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más” (vers. 7-9, Nueva Versión Internacional). El profeta no pudo sobrellevar ese ‘fuego candente’, él no pudo contener esa gran urgencia dentro de sí, nada pudo evitar que él proclame el mensaje que Dios le había dado.

Es cierto que “Que de la abundancia de corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Nuestros corazones deberían estar llenos de la Palabra de Dios y de su amor, su paz y el Espíritu Santo; llenos, aun más, desbordándose.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba