DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Los pactos de Dios

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se traduce como ‘pacto’ o ‘pactos’ significa pacto solemne o acuerdo. Su equivalente griega en el Nuevo Testamento es traducida a veces como ‘pacto’ y a veces como ‘testamento’. Estas palabras no son en sí mismas doctrinas bíblicas, ni son usadas exclusivamente en la Biblia para describir la actitud de Dios hacia su pueblo o la relación con su pueblo. Cuando son usadas con respecto a Dios y a sus criaturas, ellas expresan la idea de estar en armonía con él, en contraste con el estar alejado de él.

Al dirigirse hacia Efraín y Judá a través del Profeta Oseas, el SEÑOR dijo: “Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí.” (Oseas 6:7). De esto es evidente que Dios se consideró en la relación del pacto, o acuerdo, con Adán. Las razones son obvias. Adán había sido creado a imagen de Dios. Todo su ser estaría en armonía con Dios. El saber y hacer la voluntad de Dios sería la dicha de su vida.

Hubo ciertos puntos de la voluntad Divina que necesitaron ser explicados en detalle a Adán. Como prueba a su obediencia, el SEÑOR colocó una restricción sobre su libertad. Él fue prohibido de tomar parte del árbol del conocimiento y del mal. (Génesis 2:16,17). Esta restricción fue una parte del pacto, o acuerdo, entre el creador y Adán. Como creador, Dios tuvo el derecho de dictaminar todos los términos del acuerdo, y Adán, siendo creado a imagen de Dios, aceptaría de forma natural estos términos como justos y buenos, y a favor de su mejor interés.

Pero Adán transgredió el pacto, no porque estuvo fuera de armonía con éste, sino porque él se dejó vencer por la tentación. Sin embargo, él tenía la habilidad de resistir a la tentación, de modo que su transgresión no fue por debilidad. Así, él perdió el derecho a las bendiciones otorgadas por el pacto, la principal de las cuales era la vida. Él fue expulsado de su casa jardín hacia la tierra para morir. Dios y Adán no estuvieron más en acuerdo, en una relación de pacto; Adán mismo se había alejado de su Creador.

RECONCILIACIÓN

Aunque la trasgresión al pacto por parte de Adán condujo a él y a su progenie a ser condenados a muerte, Dios no dejó de amar a su creación humana. Él tuvo un plan para su reconciliación, un plan que conduciría aun a la restauración de la vida. Una declaración muy general de este plan dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).

El Apóstol Pablo presenta un pensamiento similar. Él escribió, “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” (2 Corintios 5:19). A través de Cristo, Adán y toda su progenie tienen una oportunidad de regresar a estar en armonía con Dios, y a recibir las bendiciones originales estipuladas en el pacto de Dios con Adán, incluyendo la vida eterna.

En sus tratativas con Abraham, Dios empezó a revelar los detalles de su plan para reconciliar al mundo con Él. Él prometió a Abraham que por medio de su simiente “las familias de la tierra” serían bendecidas (Génesis 12:3, 22:18). Esta promesa fue repetida en varias ocasiones, y finalmente, Dios lo aseguró con su juramento. Esto fue después de que Abraham había demostrado su absoluta confianza en Dios por medio de su voluntad de ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac (Génesis 22:16- 18).

Abraham no se dio cuenta del tremendo alcance del Plan de Dios de bendición como estaba estipulado en la promesa de que por medio de su simiente ‘todas las familias de la tierra’ serían bendecidas. Ciertamente, ninguno de los antiguos servidores de Dios comprendió completamente todas las implicaciones de la promesa que Dios hizo a Abraham. Fue solamente con el Primer Advenimiento de Cristo y con el derramamiento del Espíritu Santo sobre sus apóstoles, que se esclareció el significado del Pacto con Abraham.

Por ejemplo, Pablo escribió: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: y a la simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: y a tu simiente, la cual es Cristo.” (Gálatas 3:16). ¿Cómo podría saber que la promesa que Dios le hizo no se aplicaría a Isaac, ni a Jacob, sino a Uno que nacería en el mundo miles de años después? Jesús fue, desde luego, a través de su madre, un descendiente natural de Abraham, pero este solo hecho no lo calificaba para ser la simiente que debía ser desarrollada en cumplimiento con el pacto que Dios hizo con Abraham, el pacto que él aseguró con su juramento.

Pablo aclara este punto expresando su pesar por la falla de Israel en aceptar a Cristo, y su consecuente pérdida. Pablo escribió respecto de ellos: “Que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas bendito por los siglos. Amén. No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: en Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.” (Romanos 9:4-8).

Luego, Pablo se refiere a las tratativas de Dios con Abraham como una ilustración del argumento que plantea. Podemos citar otra vez: “Porque la palabra de la promesa es esta: por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.” (ver. 9). En Romanos 4:18 y 22, Pablo se extiende respecto de esto, mostrando que fue a través de la fe de Abraham y por el milagro que permitió que Sara conciba y dé a luz un hijo.

Entonces podemos comprender, del razonamiento de Pablo, que la verdadera simiente de Abraham debe, como él, ejercer una fe obediente en las promesas y pactos de Dios. No puede haber ninguna duda de que esto fue cierto respecto de Jesús, y que fue su fe y obediencia lo que lo calificó para ser la simiente de la promesa. El derecho de convertirnos en hijos de Dios pertenece a todos los descendientes naturales de Abraham, pero les correspondía a ellos, a través de la fe y obediencia, demostrar que eran dignos de su derecho de nacimiento, y de ese modo Jesús calificó. Luego, Jesús fue la primera simiente espiritual genuina del acuerdo de Dios, o pacto con Abraham.

COMPAÑEROS DEL PACTO

Mientras el Apóstol Pablo explica en Gálatas 3:16, refiriéndose a la promesa hecha a Abraham, que esto implicaba ‘una’ simiente y que una semilla fue Cristo, en los versículos veintisiete y veintinueve explica además que los que “han sido bautizados en Cristo“, y por ello que “han sido puestos en Cristo”, son también “simiente de Abraham y herederos de acuerdo con la promesa”. Esto porque, como él explica en el versículo veintinueve, “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.”.

Por ello, la única simiente se compone de Jesús y de los miembros de su verdadera iglesia, la iglesia que es el cuerpo. Pablo escribió: “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.” (1 Corintios 12:27,12).

Entonces está claro que los seguidores verdaderamente consagrados de Jesús, aquellos que son bautizados en la muerte de Jesús, son parte de la única simiente de Abraham, esa simiente por la cual todas las familias de la tierra deberán ser bendecidas. Estos también son el producto de fe del acuerdo, o pacto que Dios hizo con Abraham.

AGAR Y SARA

En Gálatas 4:22,31, Pablo presenta una alegoría en la que él usa a la esclava de Abraham, Agar, y a su esposa Sara, para ayudarnos a comprender nuestra relación con el pacto que Dios hizo con Abraham. En la época de Pablo, muchos en la iglesia eran judíos conversos y era difícil para algunos de estos librarse completamente de la Ley que fue dada a la nación de Israel en el Monte Sinaí. Algunos de estos aun intentaban persuadir a los gentiles conversos de que debían estar de acuerdo con la Ley y practicar algunos de sus formas. Pablo presentó esta alegoría para ayudar a estos a comprender mejor el asunto.

Él nos recuerda a los dos hijos de Abraham, Ismael e Isaac. Él explica que las dos madres vendrían a ser como los dos pactos. Por otro lado, Pablo escribe: “Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; este es Agar.” “Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.” (Gálatas 4:24,28).

En esta lección sobre los pactos, Pablo se refiere a una profecía de Isaías 54:1, que habla de una mujer estéril que fue finalmente bendecida con muchos hijos. Como sabemos, Sara era estéril y de avanzada edad para dar a luz hijos. Sin embargo, Dios premió la gran fe de Abraham y Sara, y por medio de un milagro nació Isaac. Pero Isaac era simplemente típico de la simiente prometida de bendición. El acuerdo de Dios, o pacto, con Abraham, al igual que Sara, permaneció estéril por largo tiempo hasta que finalmente empezó a dar a luz a la simiente prometida. Jesús fue el primero, la Cabeza, de esta simiente espiritual y de fe de Abraham.

EL PACTO DE LA LEY

Mientras tanto, Dios hizo otro pacto. Este fue hecho con los descendientes naturales de Abraham, la nación de Israel. Este es el pacto al que se refiere Pablo como el pacto que fue establecido en el Monte Sinaí. De ninguna manera este pacto interfería con la vigencia del pacto que Dios hizo con Abraham. Pablo afirma esto: “Que el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley, que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.” (Gálatas 3:17).

“¿Para qué sirve la ley?”, preguntaba Pablo. Él respondía: “Fue añadida a causa de las trasgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por ángeles en mano de un mediador.” (Gálatas 3:19). Esta es una declaración significativa. Revela que en la época en la que Dios hizo la promesa a Abraham, él sabía que el pacto permanecería estéril por un largo tiempo. Por ello, cuando los descendientes naturales de Abraham se convirtieron en una nación, el Pacto de la Ley se hizo con ellos para mantenerlos juntos, como un pueblo, hasta que llegue el tiempo, en su plan, para que se desarrolle la verdadera ‘simiente de fe’ de Abraham.

Aquellos que componen la verdadera simiente de Abraham estaban para servir como canal de Dios para la bendición de la humanidad. Los descendientes naturales de Abraham recibieron la primera oportunidad para calificar para esta alta posición en el Plan de Dios. Su obediencia a los términos del Pacto de la Ley habría preparado a la nación para aceptar a Cristo cuando llegara, y a través de la fe, junto con él, convertirse en la simiente de la promesa. Dios le dijo a la nación: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz y guardaréis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Éxodo 19:5,6).

En el pacto de Dios con Israel, ellos acordaron acatar la Ley de Dios, cuya intención es resumida en los Diez Mandamientos. Por su parte, Dios prometió bendecir su “canasta” y su “artesa de amasar” en proporción a su fidelidad (Deuteronomio. 28:5). Si ellos obedeciesen completamente, él prometió darles la vida (Gálatas 3:12). Además, como lo hemos visto, ellos estaban para formar un ‘reino de sacerdotes y una nación santa’.

Israel no fue fiel al Pacto de la Ley, de modo que ellos perdieron todas estas tres de las recompensas de fidelidad. La prueba final fue la llegada de Jesús para ser su Mesías. El no aceptarlo hizo que Jesús dijera que se les quitaría el reino (Mateo 21:43). Ellos fueron retirados de su tierra y desperdigados por toda la tierra, y a lo largo de los siglos, ellos han sido un pueblo perseguido. Ciertamente, ninguno de ellos ha ganado la vida por medio de la Ley. Como el resto de la humanidad, ellos han continuado muriendo.

UN NUEVO PACTO

Dios supo con anterioridad la falla de Israel como pueblo, y a través del Profeta Jeremías prometió hacer un “nuevo pacto” con ellos (Jeremías 31:31-34). Aquí entonces tenemos otro de los pactos de Dios, cuya promesa sería hecha “con la casa de Israel y con la casa de Judá”. En el tiempo en que esta promesa fue hecha, la nación de Israel estaba dividida, y el SEÑOR incluye a ambas partes en la promesa del Nuevo Pacto. Al introducir su promesa del Nuevo Pacto, el SEÑOR dice:

“Y así como tuve cuidado de ellos para arrancar y derribar, y trastornar y perder y afligir, tendré cuidado de ellos para edificar y plantar, dice Jehová. En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera.” (Jeremías 31:28-30).

En principio, esta ilustración de la ‘uva agria’ puede ser adecuadamente aplicada a toda la raza humana. Adán comió la uva agria del pecado, y toda su progenie ha sufrido las consecuencias, porque todos en Adán mueren. Pero también tiene una aplicación como nación a Israel. Aquellos quienes no aceptaron a Jesús y fueron responsables de su muerte dijeron: “Y respondiendo todo el pueblo, dijo: su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” (Mateo 27:25). Desde ese entonces, su dispersión y sufrimiento ha sido lo que ha resultado siendo el ‘destiemple’ en sus dientes.

Pero, como la promesa del SEÑOR nos asegura, esto no continuará por siempre. “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo Pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.” (Jeremías 31:31,32).

Es importante notar que este Nuevo Pacto es realizado con aquellos quienes rompieron con el Antiguo Pacto o Pacto de la Ley. Es realizado siguiendo primero, la dispersión y castigo de Israel, y luego, su reagrupación. Otro punto importante de notar es que el Nuevo Pacto ‘no es de acuerdo con el pacto’, que el SEÑOR hizo con Israel en el Monte Sinaí.

Este aspecto del Nuevo Pacto es explicado en los versículos treinta y tres y treinta y cuatro en los que se puede leer: “Pero este es el Pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”

TIPO Y ANTITIPO

Pablo nos informa que la Ley fue “Porque la Ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.” (Hebreos 10:1). Nosotros bien podemos pensar en el Pacto de la Ley como un tipo del Nuevo Pacto. La preparación necesaria para el pacto típico y su realización no requieren una gran cantidad de tiempo, pero su consumación final fue una ocasión espectacular. El antitipo de esto es muy grandioso, así como un antitipo es siempre más grande que un tipo. La ley de Dios fue la base del pacto típico, y la voluntad de Dios, su ley, será siempre la base del Nuevo Pacto.

En la realización del pacto típico estuvieron (1) Moisés, el mediador, (2) la escritura de la Ley sobre las tablas de piedra, y su aceptación por el pueblo, y (3) el derramamiento y dispersión de la sangre (Éxodo 24:3-8). Todos estos deben tener, y tienen, su contraparte en la realización del Nuevo Pacto, pero en una escala mucho mayor, así como las glorias del cielo son muy superiores al Santísimo del Tabernáculo que los tipifica.

(1) En el Nuevo Testamento, Cristo es identificado como: “A Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” (Hebreos 12:24). Así como solamente Jesús no es la completa simiente prometida de Abraham, sino que tiene a sus miembros del cuerpo asociados con él, así estos mismos miembros del cuerpo son los que Pablo se refiere como “el cual, asimismo, nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” o pacto, como aparece en el texto griego (2 Corintios 3:6).

(2) En el antitipo, también hay una escritura de la ley, pero como se esperaría, en una manera muy distinta y mejor. En el antitipo, la ley no es escrita sobre piedra sino, como Pablo lo explica, sobre “siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tabla de piedra, sino en tablas de carne de corazón.” (2 Corintios 3:3). Jesús, en virtud de su perfección, ya tenía la ley dentro de su corazón, pero la escritura de la ley sobre las tablas carnosas de los corazones de sus miembros del cuerpo, quienes junto con él servirán como ‘ministros hábiles’ del Nuevo Pacto, es trabajo para toda la Edad del Evangelio. Hasta que no se complete este aspecto de la realización del Nuevo Pacto, la promesa de Jeremías 31:31-34 no empezará a cumplirse.

En el tipo, Moisés fue escondido en las nubes que rodeaban al Sinaí mientras la Ley estaba siendo escrita sobre las tablas de piedra: “Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte de Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios.” “Y me dio Jehová las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios; y en ellas estaba escrito según todas las palabras que os habló Jehová en el monte, de en medio del fuego, el día de la asamblea.” (Éxodo 31:18, Deuteronomio 9:10). Cuando él apareció con la Ley, su cara brilló tan fuerte que la gente no podía verlo “Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer.” (2 Corintios 3:7). Pablo muestra que el antitipo de esto es cuando Cristo apareció en gloria (vers. 8-11). Entonces la promesa es que sus miembros del cuerpo “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria.” (Colosenses 3:3,4).

Pablo pone gran énfasis en esta fase de gloria del antitipo. Él concluye esta lección con la expresión “Así que teniendo tal esperanza usamos de mucha franqueza.” (2 Corintios 3:12). El antitipo del aspecto de gloria de la realización del Pacto de la Ley todavía no es una realidad, solamente una esperanza, y como Pablo lo escribe, nosotros no esperamos lo que ya está poseído (Romanos 8:24,25).

Pero es una esperanza gloriosa, una esperanza de la “Porque aún lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente.” (2 Corintios 3:10), una esperanza del “eterno peso de gloria” que se convertirá en realidad si nosotros soportamos pacientemente nuestra “leve tribulación” que es “sólo por un momento” (cap. 4:17). Es “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; es Cristo en vosotros la esperanza de gloria.” (Colosenses 1:27).

Cristo, como el “Cordero que fue muerto”, y junto con él los ciento cuarenta y cuatro mil quienes compartirán la gloria de su reino, son mostrados sobre el “monte Sión” (Apocalipsis 5:12, 14:1). Así ‘Sión’ es un símbolo de la fase espiritual del reino, y la promesa es que “Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra de Jehová.” (Miqueas 4:2). Porque ‘para que la ley salga’ de Sión, Sión debe tener la ley, y esta es la ley que la clase de Sión ha estado recibiendo, teniéndola escrita en sus corazones a lo largo de la Edad del Evangelio.

En el tipo, después de que la Ley fue escrita sobre las tablas de piedra y presentada al pueblo, ellos simplemente acordaron obedecer sus diversos preceptos. Pero en esto, el antitipo también será mucho más grandioso que el tipo. En verdad, cuán extensamente distintos son los dos procedimientos, y los resultados. En el antitipo, la ley no es presentada al pueblo sobre tablas de piedra por medio de un mediador humano imperfecto, sino por medio del Cristo Divino, con la ley de Dios contenida en el mismo ser de cada uno de esta compañía glorificada.

En el tipo, al escuchar la Ley que se les leyó, el pueblo dijo: “Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho.” (Éxodo 24:3). Pero en el antitipo, y a través del ministerio del Cristo Divino, mientras haya primero una buena voluntad para recibir y obedecer la ley, la realización del pacto continuará hasta que la ley esté escrita en los corazones del pueblo, y en sus partes internas. No será suficiente decir simplemente que ellos cumplirán con la ley. Antes de que el pueblo pueda entonces entrar en una completa relación de pacto con Dios, la ley de Dios debe llegar a ser una parte real de sus seres. Esto implica una restauración hacia la perfección, un retorno hacia esa relación de pacto con Dios que el padre Adán disfrutó antes de su trasgresión.

(3) Antes de que el Pacto de la Ley pueda realmente llegar a estar operativo con Israel, la sangre debe ser suministrada (Éxodo 24:3-8). Esta sangre era usada para rociar “Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Ésta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado.” (Hebreos 9:19,20). Moisés se refería a esta sangre como la “sangre del pacto”, o testamento. La sangre también es suministrada para la realización del Nuevo Pacto. En la noche anterior a la crucifixión de Jesús, él se refirió a su propia vida sacrificada como la sangre del Nuevo Pacto (Mateo 26:28).

En el tipo, la sangre del pacto era primero usada para rociar el libro de la Ley, así también en el antitipo. Esto simbolizaba el hecho de que las demandas de la ley tenían que ser satisfechas con respecto a cada aspecto del Nuevo Pacto. Como hemos visto, en el antitipo los miembros del cuerpo de Cristo, como “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2 Corintios 3:6), son comparados con las tablas de piedra sobre las cuales fue escrita la Ley del pacto típico. Bajo la ley perfecta de Dios, estos no serán aceptados por Dios excepto por medio de la sangre del pacto. En esta relación, Pablo escribió: “Nuestra competencia proviene de Dios.” (ver. 5, cap. 9:8). Así las tablas antitípicas de piedra se tornan aceptables por medio de la sangre, mientras que la ley está siendo escrita en sus corazones por el Espíritu Santo.

Con este uso finalizado de la sangre del Nuevo Pacto, llegará el rociado antitípico de todo ‘el pueblo’, que sellará y, así, tornará operativas las promesas de Dios para dar vida. Respecto del Nuevo Pacto, Dios prometió: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (Jeremías 31:34). Pablo escribió: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” (Hebreos 9:22).

En relación con el original Pacto de la Ley, una de las promesas fue que si la nación era fiel, ésta se convertiría en una nación sacerdotal, representando a Dios como el maestro del pueblo. Pero esta no es una de las estipulaciones del pacto antitípico. Respecto del tiempo en que el Nuevo Pacto haya sido completamente realizado con el pueblo, el SEÑOR dijo: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (Jer. 31:34).

“FUERA DE SIÓN”

De Éxodo 24:12, nosotros aprendemos que las tablas de la Ley fueron proporcionadas por Moisés para que él pueda enseñar al pueblo, así Jesús y sus coherederos, la clase de Sión, serán la fuente de la Ley para Israel y todas las naciones durante todo el milenio. Uno de los resultados de esto es mencionado por Pablo, cuando escribió: “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, y apartará de Jacob la impiedad.” (Romanos 11:26). Pablo indica que esto deberá ocurrir después, “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis, arrogantes en cuanto a vosotros mismos: Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.” (ver. 25).

En este capítulo, Pablo explica acerca de los descendientes de Abraham, como “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.” (ver. 21) fueron arrancados del árbol de la promesa y que las ramas de gentiles están para ocupar sus lugares “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo” (ver. 17). Así la oportunidad de calificar como semilla de fe de Abraham, que deberá ser el canal de bendición para toda la humanidad, ha pertenecido a los gentiles así como también a los judíos.

Con la totalidad de la cantidad predestinada de esta simiente de fe, de fidelidad seleccionada y probada, empezará el trabajo de la nueva era, el trabajo de hacer un Nuevo Pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá, y eventualmente con toda la humanidad. Este es el trabajo descrito por el testamento. “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” Pablo escribe respecto de Dios: “Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados.” (Jeremías 31:34, Romanos 11:27). ¿Qué tiempo de identificación más definitivo podríamos tener para el inicio de las bendiciones que fueron prometidas bajo el Nuevo Pacto?

Después de presentar el glorioso programa de Dios para bendecir a Israel bajo el Nuevo Pacto, Pablo añade: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” (Romanos 11:29). Se debe recordar que ‘los regalos y el llamado’ de Dios no son incondicionales. Por ejemplo, Dios prometió la tierra de Canaán a Abraham y a sus descendientes, pero a la hora de la verdad los únicos que vivirán en ella por siempre son aquellos quienes calificarán bajo los términos del Nuevo Pacto.

Dios prometió a los israelitas que si ellos obedeciesen su ley, ellos se convertirían en una nación de sacerdotes. Empezando con la llegada de Cristo, todo israelita que ha reunido esta condición, ha recibido la recompensa prometida.

Debido a que la nación, como un todo, rompió con el Pacto de la Ley, Dios prometió hacer un nuevo Pacto con ellos. Esta promesa también se mantiene segura. Si, cuando llegue la hora, no hay nadie que no dé paso a las influencias formadoras del Espíritu Santo, cuando en ese entonces éste sea derramado sobre todo ser humano, ellos no recibirán sus bendiciones.

LIBRÁNDOSE POR MEDIO DE LA SANGRE

El gran objetivo de todos los aspectos del plan de Dios es la reconciliación de la raza caída y agonizante para armonizar con el Creador. La sangre de Jesucristo, el Redentor, es esencial para la realización de todos los aspectos de este plan. Aquellos, los de la simiente de fe de Abraham, llamados del mundo y preparados para ser el futuro canal de bendición para toda la humanidad, necesitan la sangre de Cristo. La sangre de Cristo también se necesitará para rociar a todo el pueblo a medida que ellos son llevados en armonía de corazón con la ley de Dios bajo el Nuevo Pacto.

Pablo reúne estos dos usos de la sangre para nosotros en Hebreos 9:14,15. Nosotros citamos: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las trasgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.”

Ciertamente, los creyentes gentiles no fueron transgresores del Pacto de la Ley, así que Pablo está simplemente diciéndonos que además de lo que la sangre de Cristo logra para la simiente de fe de la presente era, también será usado por Cristo, como Mediador del Nuevo Pacto, que fue prometido a aquellos quienes transgredieron el Pacto de la Ley.

Como lo hemos notado, en una referencia a las promesas de Dios a Israel, Pablo dice: ‘Los regalos y el llamado de Dios son sin arrepentimiento’. Israel fue un pueblo llamado. Se hicieron maravillosos regalos, o promesas, a este pueblo. Y ellos recibirán la herencia prometida, esa grandiosa herencia de vida, vida perfecta y sin fin, con la ley de Dios escrita en los corazones de todos. ¡Qué glorioso prospecto para Israel y para la humanidad entera, quienes serán bendecidos con Israel al unirse también al Nuevo Pacto!

Para esto tenemos la palabra de Pablo en la que, de manera alegórica, Sara representa las disposiciones del pacto bajo las que es dada a luz la simiente de fe de Abraham, y que Agar prefiguró las disposiciones del Pacto de la Ley bajo las cuales la nación de Israel vivió por muchos siglos (Gálatas 4:21). Después de la muerte de Sara, Abraham se casó de nuevo. El nombre de esta esposa fue Cetura. De este matrimonio nacieron varios hijos, y aun cuando las Escrituras no lo establecen así, podemos pensar de estos muchos hijos de Abraham, criados por Cetura, como los que representan a todos quienes recibirán las bendiciones prometidas en el Pacto Abráhmico, las bendiciones que debían llegar a través de su semilla tipificada por Isaac.

Estas bendiciones prometidas del pacto, que Dios hizo con Abraham, implican la restauración de toda la humanidad en la perfección de la vida humana aquí en la tierra, y la restauración de esa relación de pacto con Dios, perdida por Adán. No sorprende que el Apóstol Pablo escribiera, contemplando estas maravillosas disposiciones del plan Divino de reconciliación por medio de Cristo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba