DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

Los que Vivieron y Reinaron

“Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios… Y vivieron y reinaron con Cristo mil años.”
—Apocalipsis 20:4

LA POSIBILIDAD DE VIVIR y reinar con Cristo es establecida ante sus seguidores de varias maneras. “Sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14 NVI). Desde otro punto de vista “por tanto, hermanos santos participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestro profesión, Cristo Jesús.” (Hebreos 3:1). “Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros.” (1ª Pedro 1:4). Pablo escribió “Palabra fiel es ésta: Así somos muertos con Él, también viviremos con Él, si sufrimos también reinaremos con Él; si le negáremos, Él también nos negará.” (2ª Timoteo 2:11,12).

En nuestro texto, Juan describe a aquellos a quienes vio reinando con Cristo, y dice que ellos eran los que han sido ‘decapitados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios’. Desde el punto de vista natural, la palabra ‘decapitado’ no es una palabra agradable. La mayoría de nosotros no preferiríamos pensar en escenas en las que las victimas tienen sus cabezas cortadas de sus cuerpos. Pero el Señor las usa, y posiblemente una razón sea que hay ciertos aspectos de la vida cristiana que no son agradables para la carne, experiencias en las que la carne se acobarda, no obstante, experiencias que deben ser afrontadas con fortaleza si queremos ‘vivir y reinar con Cristo’.

Generalmente, la crucifixión fue muy practicada bajo la ley romana, aunque en Roma algunos de los prisioneros que eran considerados merecedores de la pena de muerte eran decapitados. Sin embargo, tan aproximadamente como se puede determinar en la actualidad, no fueron muchos los primeros cristianos los que fueron literalmente decapitados. Evidentemente por ello, el Señor usó la expresión en un sentido figurativo, aun cuando ‘crucifixión’ fue usada así por Pablo cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado.” (Gálatas 2:20).

La crucifixión y la decapitación describen la pérdida de la vida, pero cada una desde un punto de vista distinto. El símbolo de la crucifixión se nos representa como la carga diaria de nuestra cruz, muriendo diariamente con Cristo, hasta que la muerte de la carne sea completamente consumada. El símbolo de la decapitación destaca el hecho de que nosotros sometemos nuestra voluntad al SEÑOR, y aceptamos a Cristo como nuestra Cabeza. Así, el “viejo hombre” muere mientras que el “nuevo hombre” sigue las directivas de su Cabeza, empeñándose en ser obediente a toda su voluntad (Colosenses 3:9,10).

La detallada lección de Pablo en 1ª a los Corintios, capítulo doce, revela muchas de las cosas que están involucradas en nuestra decapitación. Es en este capítulo que él usa la figura de un hombre para representar a Cristo y su iglesia. En esta ilustración, Jesús es la cabeza del cuerpo, y los miembros individuales de la iglesia son representados por las otras partes del cuerpo. Es una ilustración simple con significado vital para todos aquellos quienes aspiran a vivir y reinar con Cristo.

Pablo escribe: “Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.” (vers. 12-14).

Nosotros entramos en el cuerpo por medio del bautismo o del entierro, no un bautismo en el agua sino el entierro de nuestra voluntad y la aceptación de la voluntad de Cristo, nuestra nueva cabeza. Leemos: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3). En otras palabras, sabemos con antelación que cuando aceptamos el liderazgo de Jesús, siendo bautizados hacia dentro de su cuerpo, nos colocamos en una posición para morir. Por cierto, nosotros difícilmente podemos imaginarnos a alguien que sea decapitado sin morir.

Sabemos que la voluntad de Cristo para nosotros es la misma que la que fue la voluntad del Padre para con él. “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (1ª Corintios 11:3). Jesús enterró su voluntad dentro de la voluntad de su Padre cuando dijo: “He aquí vengo; … el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado.” (Salmos 40:7,8). Jesús supo que la voluntad del Padre para con él, como es descrita en el “volumen del libro”, fue que él muera. Él no comprendió esto claramente antes de su consagración, pero pronto lo hizo a partir de entonces, y todo el curso de su ministerio fue de morir diariamente, hasta que en la cruz exclamó: “Consumado es.” (Juan 19:30).

Cuando somos bautizados dentro de Jesucristo, como miembros de su cuerpo, es un bautismo dentro de la muerte. No es solamente la muerte de nuestras propias voluntades en la aceptación del liderazgo de Cristo, sino finalmente la muerte de nuestros cuerpos también, la que es representada como “sacrificio vivo” (Romanos 12:1). Esta se torna aceptable a través del mérito de Cristo. Es un paso serio de dar, y solamente, por gracia Divina, cualquiera es capaz de sobrellevarlo victoriosamente hasta el final. Pero grandiosa es la recompensa para aquellos que lo logran porque ellos vivirán y reinarán con Cristo durante mil años.

NUESTROS HERMANOS

Pablo nos recuerda la unidad y cooperación entre las diversas partes del cuerpo. “Y si dijera el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como Él quiso.” (1ª Corintios 12:15-18).

Aquí, cada cristiano “decapitado” es presentado con una lección de reflexión en humildad y la aceptación de la voluntad del SEÑOR. No hay nada en las asociaciones mundanas que pueda compararse con ésta. Es contraria a las tendencias naturales y deseos de la carne perdida. En el mundo, por ejemplo, nadie es condenado por buscar ambiciosamente un lugar de prominencia y autoridad entre sus compañeros. Los hombres no creen que sea incorrecto que un candidato a un puesto, viaje por el país esforzándose por impresionar a la gente con su grandeza. Un hombre gastará millones de dólares o más para convencer a los votantes que él está calificado para ser presidente de los Estados Unidos.

Pero para el cristiano “decapitado”, este punto de vista está completamente fuera de lugar. Al haber aceptado a Cristo como nuestra Cabeza y al convertirnos en miembros de este cuerpo, nosotros dejamos la decisión al SEÑOR respecto del lugar que ocuparemos en el cuerpo. ¿Podemos nosotros imaginarnos a los pies y las manos de un cuerpo material discutiendo respecto de lo que es apropiado para el ojo? Esto puede parecer incongruente, pero es exactamente esto por lo que Pablo trata de atraer nuestra atención, para impresionarnos con la necesidad de aceptar la voluntad del SEÑOR en esto, así como también en los demás asuntos.

Y Pablo hace otra aplicación de la ilustración: ‘Porque yo no soy el ojo, no soy del cuerpo’. Esto sugiere lo que se observa algunas veces entre los hermanos, es decir, que si uno no puede tener la posición en la iglesia para la que él aspira, se desalienta y empieza a pensar que no pertenece del todo. Tal es el razonamiento de los falsos corazones y a veces ocurre que, después, un hermano con este punto de vista será encontrado creando un pequeño cuerpo de su entera pertenencia, quizás sin darse cuenta que la posición que él realmente codiciaba era la de ser cabeza.

Tampoco ningún miembro del cuerpo debería subestimar de ninguna manera la importancia de los otros miembros. También aquí, hay una lección de humildad e interés fraternal en todos los miembros del cuerpo. Aquellos quienes realmente pertenecen al cuerpo sin importar la posición que ellos puedan ocupar, “estimarán” muy en alto a cada uno de los otros miembros sin importar la baja posición que algunos de ellos puedan ocupar (Filipenses 2:3,4).

Absolutamente, estar en este cuerpo es un privilegio. Sucedió por la gracia de Dios, a través de Cristo, y ya que Dios ha colocado a cada miembro en el cuerpo de la manera en que le agrada hacerlo, cuán digno es que nosotros reconozcamos la importancia de todos nuestros hermanos en Cristo, sin tener en cuenta sus habilidades, o del lugar que Dios les ha asignado en el cuerpo.

Pablo sugiere el punto de vista apropiado en este asunto. “Y aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente; y lo que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque lo que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que les faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.” (1ª Corintios 12:23-26).

¡Cuán distinto es esto de los esfuerzos por difamar tan a menudo vistos en el mundo para lograr posiciones de honor y de autoridad entre los hombres! Qué cambio tan tremendo debe ocurrir en el corazón humano para que uno sea verdaderamente “decapitado” y acepte el liderazgo de Cristo, con todo lo que implica someterse humildemente a la voluntad Divina; y alegrarse de estar asociado con aquellos a quienes el SEÑOR ha llamado, sin tener en cuenta sus talentos, o de cuánto pueden estar ellos a la altura de nuestros ideales.

Una de las cosas que una persona de mente mundana quiere que la gente sepa es que está personalmente relacionada con éste, aquel y el otro gran personaje en el mundo del gobierno, o del teatro o de los deportes. Un hombre que ha sido recibido por el Presidente, o por uno u otro de los pocos reyes que quedan, o por un príncipe, es considerado muy importante. Pero cuán distinto es entre los miembros del cuerpo de Cristo. Sobre el mismo Jesús se preguntó: “¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes, o de las fariseos?” (Juan 7:48). ¡No desde luego que no! Sus discípulos fueron simplemente gente sencilla: pescadores y otros por el estilo. Hubo un médico, Lucas, y después Pablo, un “Fariseo” de los Fariseos. (Hechos 23:6) Pero hablando de manera general, si nos piden que mencionemos las celebridades a quienes conocemos y que están asociadas con nosotros, probablemente no mencionemos a ninguna; pero mencionaríamos a aquellas de las clases sociales más humildes. Estas son una soberana compañía.

¡Qué soberana compañía! Todos ellos son asociados de un Rey. Ciertamente, ellos se relacionan íntimamente con él. Él habla en nombre de ellos en el trono de gracia celestial, él es su Hermano Mayor, su futuro Novio. Ciertamente, estos modestos y desconocidos seres, desde el punto de vista mundano, son todos de una línea real, hijos del gran Rey Jehová y entrenándose para vivir y reinar con Cristo mil años.

POR EL TESTIMONIO DE JESÚS

En el uso que Pablo le da a la ilustración del cuerpo, él pone en claro que cada miembro del cuerpo tiene un trabajo que realizar. De ninguna manera, nadie puede estar en el cuerpo a menos que trabaje. Al ir a la Cabeza en busca de orientación, nosotros le escuchamos decir que debemos ser sus testigos. La Verdad debe ser suministrada al mundo. Este importante trabajo de atestiguar la Verdad es el que ayuda a enfatizar la necesidad de que todos los miembros del cuerpo trabajen juntos de manera armoniosa. Jesús oraba: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en Ti, que también sean uno en nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste.” (Juan 17:17-21).

En general, el mundo en su totalidad no se convencerá de que Dios envió a Jesús para que sea su Redentor y su Salvador hasta que se establezca su reino. Pero ahora, nosotros nos estamos entrenando para ese futuro trabajo de iluminar al mundo, y el SEÑOR nos está dando pruebas prácticas respecto de nuestro entusiasmo, para con su causa, al ofrecernos que seamos sus testigos ahora. Es por esto que el Revelador dice que nosotros estamos “decapitados”.

Como seguidores “decapitados” del Maestro, nosotros necesariamente debemos ser miembros de este cuerpo, de lo contrario no tendremos cabeza de ningún modo. Esto significa que todos aquellos “decapitados” trabajarán juntos en la tarea conjunta del testimonio. Como individuos, nosotros atestiguamos la Verdad, pero si debemos vivir y reinar con Cristo, nosotros, como miembros individuales de su cuerpo, debemos aprender a estar sujetos uno con el otro y por encima de todo con nuestra Cabeza, Cristo Jesús.

La expresión ‘decapitado por el testimonio de Cristo’ implica plenamente que éste es el principal propósito de nuestra “decapitación”. Nosotros no estamos “decapitados” para asistir a reuniones o para estudiar la Biblia. Nosotros asistimos a reuniones y estudiamos la Biblia para que podamos estar más completamente informados sobre la voluntad de Dios respecto de nosotros, para que de este modo podamos estar más completamente en línea con las directivas de nuestra nueva Cabeza, Cristo Jesús. En nuestra “decapitación”, nosotros abandonamos nuestros propios planes y caminos, y con todo corazón, debemos tratar de encontrar los planes y caminos del SEÑOR que podemos trabajar armoniosamente con él, y en cercana cooperación y armonía con nuestros miembros compañeros del cuerpo.

PRUEBAS DE CONSAGRACIÓN

El atestiguar por Jesús como miembros “decapitados” de su cuerpo es un servicio voluntario. La influencia que nos impele hacia la fidelidad es el amor. El mensaje que nosotros portamos es tan maravilloso que es un placer transmitírselo a los demás, pero los resultados no son siempre agradables. El mundo está en tinieblas, y las tinieblas odian la luz, y como nosotros dejamos que nuestra luz brille, el mundo no nos ve con buenos ojos. No somos aceptados entre nuestros amigos como lo éramos alguna vez. Algunos pueden aun hablar mal de nosotros y perseguirnos. Estas situaciones no son agradables para la carne y puede llegar la tentación de simplemente adherirse lo mejor que se pueda a los justos principios de la Verdad pero no dar testimonio de ella.

Luego, puede llegar la tentación: “No nos cansemos de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9). El atestiguar por Jesús y por la Palabra del Señor no es una cosa de menor importancia en la vida de un cristiano “decapitado”. Es su vocación principal, su asunto principal. Otras cosas son secundarias. Pero a veces hay una tendencia a revertir este arreglo, dedicando menos y menos tiempo y energías para la cuestión principal de nuestras consagradas vidas, y más y más para las cosas menos importantes.

Jesús mencionó este peligro en su parábola del Sembrador. En su referencia a la semilla, que caía entre las espinas, él dijo: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas le ahogan la palabra y se hace infructuosa.” (Mateo 13:22). Este es el caso de algunos que han progresado hasta el punto de rendir frutos cristianos y luego permiten que ingresen otros intereses hasta el punto de ‘convertirse en estériles’.

Luego está el peligro de desalentarse. La fría indiferencia del mundo hacia el Evangelio del reino no inspira entusiasmo, pero tiene una tendencia a hacer perder el fervor. Quizás nosotros trabajemos durante años y no veamos resultados tangibles de nuestro trabajo de testigo. Bajo estas circunstancias, la carne diría: ¿Para qué? ¿Por qué debería yo continuar gastando mi tiempo, mis energías, mi dinero cuando no se consigue nada? Pero a la mente nueva, en consulta con la Cabeza, se le recuerda que los resultados de nuestro trabajo de testigo no son de nuestra responsabilidad, que es Dios quien da el “así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” (1ª Corintios 3:7).

Nosotros no estamos invitados a atestiguar por Jesús y por la Palabra de Dios porque se requiere de nuestra ayuda, sino porque nosotros necesitamos la oportunidad por medio de la cual demostremos nuestro fervor por la Verdad, y nuestro regocijo por el hecho de que Dios desea bendecir a todas las familias de la tierra, un regocijo que nos empuja aun ahora, y a un gran costo, a dar tanto testimonio como podamos. Los únicos individuos que vivirán y reinarán con Cristo durante mil años son aquellos que demuestran su entusiasmo por el propósito de ese reino, y por esta causa por la que estamos siendo “decapitados”, por el testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios.

Otra tentación, en la que caen algunos respecto del trabajo de testigo, es la inclinación a vanagloriarse de los grandes trabajos que están haciendo. O, en lo más profundo de nuestros corazones, nosotros podríamos tener un sentimiento de gran satisfacción porque hemos hecho tanto por el SEÑOR, aun cuando no podamos haber expresado nuestros sentimientos a otros.

Si nos encontramos siendo tentados a lo largo de esta línea, deberíamos recordar la parábola de Jesús en la que se nos representa como “siervos inútiles somos, pues lo que debimos hacer, hicimos.” (Lucas 17:10). Si hemos gastado mucho tiempo y energías en el servicio del SEÑOR, esto es lo único que acordamos hacer cuando hicimos nuestra consagración hacia él y fuimos “decapitados”; por ello, no tenemos nada de que vanagloriarnos, porque nosotros todavía somos ‘siervos inútiles’. ¡Qué maravillosa la gracia que aquí se manifiesta! El Señor nos ha tomado como sus socios, nos ha convertido en uno de sus colegas, aun desde el principio hasta el fin de nuestro recorrido terrenal, nosotros somos un pasivo para él, sirvientes que no le producen una ganancia.

Una reflexión momentánea revela la razón de esto. En la noche en la que Jesús nació, Dios usó a los ángeles para hacer el anuncio a los pastores. Primero habló uno proclamando las buenas nuevas, y luego toda una multitud de huestes angelicales cantó “… ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:10- 14). Dios pudo haber seguido usando a los ángeles para proclamar el Evangelio. Sin dificultad alguna, Dios podría disponer que los ángeles proclamen diariamente las buenas nuevas del reino, y con una muestra de gloria como no se ha visto nunca en el mundo. Cuán insignificantes y débiles parecen ser nuestros esfuerzos cuando los comparamos con lo que Dios podría hacer de otro modo, pero por el hecho de que él nos está dando una oportunidad para demostrar que nosotros somos dignos de vivir y reinar con Cristo durante mil años.

AMAR EL MOTIVO

“El que no ama no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” (1ª Juan 4:8). Su plan para la bendición del mundo es motivado por amor. Para estar en armonía con él, nuestros esfuerzos de cooperar en su plan deben ser motivados por amor. Esta es la lección vital que Pablo establece de manera efectiva en 1ª a los Corintios, capítulo 13: “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo, para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (vers. 3). Jesús le dijo al joven y rico gobernante que si él ofrendaba todos sus bienes para alimentar al pobre, él podría tener “tesoros en los cielos” (Marcos 10:21). Pablo sabía que ésta era una de las maneras de expresar los términos del estrecho camino. Él sabía que nosotros no podemos almacenar tesoros en el cielo excepto a través del sacrificio de todo lo que tenemos y somos, por la bendición de los demás y por la gloria de Dios. Pero Pablo también sabía que a menos que nuestra entrega, nuestro sacrificio sean originados por el espíritu de generosidad, por amor, no nos dará ningún beneficio, ningún tesoro será depositado en el cielo.

“Y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (1ª Corintios 13:3). Pablo sabía que entregar nuestros cuerpos ‘para que sean quemados’ es lo que está involucrado en nuestro ser “decapitado” por el testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios. Pablo escribe: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1).

El presentar los ‘cuerpos’ en ‘sacrificio’ es un pensamiento que Pablo extrajo de los servicios del típico Tabernáculo, en los que los animales sacrificados eran quemados en el altar de brasas de la corte. Él sabía que, en contra de la costumbre, los cristianos también son llamados a ofrecer cuerpos para que sean quemados, no los cuerpos de animales, sino los suyos propios; no sobre altares literales ni fuego literal, sino sobre el altar del servicio a Dios, y por medio de las abrasadoras pruebas de las penurias y persecuciones que deben acompañar inevitablemente a tales sacrificios.

Pablo supo que no había otro camino hacia la gloria del reino, para vivir y reinar con Cristo durante mil años. Pero él también sabía que hay mucho martirio que es provocado por motivos distintos del amor cristiano.

Sin embargo, no hay ganancia en el sacrificio, ningún almacenamiento de tesoros en el cielo, si nosotros no tenemos amor. Esto no significa que si nosotros tenemos amor podemos evitar el sacrificio. Antes bien, mientras estemos más llenos y controlados por el amor, mayor será nuestra determinación de dar en sacrificio todo lo que tenemos y todo lo que somos, sabiendo que será adecuado para Dios a través de Cristo.

El amor no solamente promueve el sacrificio, sino que también controla el modo en que nos sacrificamos y servimos. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece” dice Pablo en 1ª Corintios 13:4). Como miembros “decapitados” del cuerpo de Cristo, nosotros servimos a los demás. ¿Lo estamos haciendo amablemente, con simpatía? ¿Somos pacientes con las debilidades de los otros como nosotros quisiéramos que ellos lo sean con las nuestras? ¿Se manifiesta el espíritu de amabilidad en nuestro testimonio hacia el mundo?

El amor debería llegar y controlar todas nuestras actividades, todas nuestras asociaciones. En la medida que así sea, no seremos envidiosos de los demás, no nos vanagloriaremos ni nos hincharemos, nuestra conducta será tal como la de los hijos de Dios, no nos dejaremos provocar fácilmente ni insistiremos respecto de nuestros derechos, ni pensaremos mal de los demás.

“El amor… no se goza con la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” (1ª Corintios 13:6-8). El amor, que llene nuestros corazones y controle nuestras palabras y actos, es el gran principio y poder que hace que nuestros débiles esfuerzos en el servicio de Dios sean aceptables a través de Cristo. Si nosotros estamos verdaderamente “decapitados” por el testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, es porque estamos motivados por el amor. Es por esto que nosotros podemos tener la esperanza en la gloriosa consumación de vivir y reinar con Cristo durante mil años.



Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba